El problema del comercio de piezas históricas (no de arte) de empresas europeas y norteamericanas, se puede entender a partir de la colonización española de tres siglos en el continente Abyanahuac, y los dos últimos siglos de neocolonialismo criollo en los países que antes fueron una Colonia.
En el primer caso, la invasión violenta a manos de delincuentes privados, como Colón, Cortés y Pizarro, que contaron con el aparo y protección de la corona española y el Vaticano, es decir, el permiso legal para robar y el perdón celestial por asesinar.
Producto de esta política se expolió la riqueza continental para iniciar en la paupérrima Europa el capitalismo. De modo que el seguir saqueando es una cultura de los europeos, sea de una empresa como Millon o Iberdrola, esencialmente es lo mismo.
En las neocolonias que los criollos crearon a inicios del siglo XIX a las que llaman países y para el caso de México, los criollos nunca han sentido inspiración y respeto por la civilización del Anáhuac, por el contrario, se han empeñado en desaparecerla de la mente del pueblo y han usado el patrimonio cultural ancestral como un promotor del turismo o como en este caso, un mercado comercial muy lucrativo.
Con una visión extremadamente eurocéntrica y colonizadora, un experto de arte antiguo de la casa de subasta francesa Millon, dice que se opone a “este movimiento de nacionalismo cultural extremista” y lo inexplicable, “difícil entender la incoherencia entre el pasado cercano, que veía el comercio internacional de objetos precolombinos como perfectamente posible y legal, y las reivindicaciones actuales de México”, es decir, la política de “vende patria” de los gobiernos neoliberales. Sin embargo, el experto y toda Francia se caracterizan por su extremado chovinismo y por supuesto que no aceptarían que, por ejemplo, se comercializara la espada de Napoleón o su tumba, como una obra de arte.
Leer Artículo anterior de Guillermo Marín:
La triple conversión: Lenkersdorf, Ruiz y Marcos
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