En medio de angustia, preocupación, ansiedad, estrés, malestar general, fatiga física y mental, nos preguntamos ¿Cuándo parará todo esto?
Sin lugar a dudas, en la vida pasaremos por situaciones de todo tipo: agradables, tristes, alegres, momentos difíciles y momentos felices. Nadie se escapa de esto. Bienvenidos al planeta tierra, en donde se experimenta de todo a mayor o menor escala: equilibrio y desequilibrio.
No obstante, hay algo que sí nos hace diferentes: el drama con que vivimos las experiencias: nuestra reactividad. Desarrollar ecuanimidad, es la asignatura más importante.
Sin enredarnos en la telaraña de la deliberación de lo que es evitable o inevitable, y sin olvidar que el peso de nuestras acciones cae sobre nuestros propios hombros, el primer paso es saber que todos estamos inmersos en la dualidad, en mareas turbias y aguas tranquilas, aprendiendo a navegar desplazándonos con armonía más allá del clima.
No podemos ir en contra de la naturaleza, el agua y el viento no son malos o buenos. No podemos controlar todo. Lo que sí podemos hacer es construir bien nuestra embarcación. Esa balsa es nuestro propio sustento: se forma con consciencia y entendimiento, y nos hará navegar en aguas calmas y bravías.
Los epicúreos sostenían que la felicidad era evitar los momentos y situaciones desagradables; detectar lo que nos hace sufrir para lograr evitarlo, teniendo como eje rector el placer (muchas veces mal comprendido por nosotros los modernos). Los estoicos se basan en la aceptación de las circunstancias, y el entendimiento profundo de nuestras reacciones, procurando emociones positivas, algo muy semejante a la técnica moderna mindfulness. Los taoístas apuntaban que la comprensión de la naturaleza y vernos como parte de ella, nos hará fluir sin resistencia, y ante las circunstancias adversas, gobernarnos a nosotros mismos (nuestras reacciones). Todas estas corrientes filosóficas, aunque distintas, apuntan a atender nuestra reactividad.
Es difícil dejar de identificarse con los pensamientos y las emociones. Creemos y sentimos que somos lo que pensamos al igual que lo que sentimos. Todo tiene un origen o una causa. Cada pensamiento es originado por algún estímulo conocido o desconocido. Es importante identificar concienzudamente la causa, pues en un descuido, la justificamos con alguna cuestión que estamos viviendo. Siempre parece haber un motivo para sufrir. También, al observar la emoción, dejas de ser esa emoción. Nuestra conciencia es el camino.
Un estímulo nos genera un pensamiento y éste a su vez nos genera una emoción, que nos dará la tesitura de nuestra actitud o nuestros actos en la vida. Solo cuando observas conscientemente ese pensamiento y esa emoción, dejas de serlo y esto te abre una ventana de comprensión para saber la causa real de lo que te tiene sufriendo.
Después de todo, quién no se ha ahogado en un vaso de agua y quién no ha trascendido de forma armoniosa una situación trágica.
Nuestra balsa podrá dañarse en una tormenta, y nosotros la repararemos y reforzaremos para estar mejor preparados. Sostenerse a uno mismo es ir formando tu vehículo de navegación cada vez más apto para que puedas dejar de preocuparte tanto y así disfrutar del viaje y sus paisajes.