La alegoría del carro alado es utilizada por Platón, en su diálogo Fedro (sección 246a-254e), para explicar su visión del alma humana.
«El alma es como un carro de caballos alados y un auriga que forman una unidad. Ahora bien: los caballos y aurigas de las almas de los dioses son todos buenos y de excelente linaje; los de las otras almas, sin embargo, son mezclados. Nuestro auriga gobierna a la pareja que conduce; uno de sus caballos es bello y bueno y de padres semejantes, el otro es lo contrario en ambos aspectos. De ahí que la conducción nos resulte dura y dificultosa».
Esta carta nos habla de como debemos aprender a contener nuestros propios impulsos a través de la razón, y ser compasivos con nuestras propias pasiones que a veces son impulsadas por un alma desbocada.