Lo que hoy conforma el país que llamamos erróneamente México, fue la cuna de una de las seis civilizaciones más antiguas y con origen autónomo del mundo. De la invención de la agricultura y el maíz, en el sexto milenio a.C., hasta la llegada de los españoles, transcurrieron siete milenios y medio de desarrollo humano y cultural de carácter endógeno de nuestra civilización.
Este desarrollo estuvo sustentado en una ancestral sabiduría que se fue creando a lo largo del tiempo y a través de sucesivas generaciones. Los antiguos mexicanos le llamaron TOLTECÁYOTL y representa el patrimonio más importante y el legado más valioso del México antiguo que hemos heredado los mexicanos.
Definitivamente esta sabiduría no se ha perdido. Como no se ha exterminado y desaparecido el pueblo y la Cultura Madre que la generaron. En estos cinco siglos solo ha sido negada por la cultura dominante, pero su presencia es contundente e incuestionable y lo que en esencia nos hace ser lo que somos, como individuos y como pueblo.
Linajes de conocimiento la han mantenido subterráneamente, miles de comunidades la han protegido escondiéndola en el abigarrado sincretismo de la Cultura Popular, y las culturas indígenas la han sabido preservar estoicamente dentro de sus milenarios usos y costumbres. La Toltecáyotl es una forma precisa y muy antigua, de ver y entender el mundo y la vida.
Ante la crisis de las estructuras políticas, sociales y culturales del sistema colonial en el que vive la sociedad mexicana, resulta impostergable e imprescindible retomar la antigua sabiduría “propia-nuestra”, para construir una sociedad más justa y humana, apegada a la esencia de nuestros más profundos ideales y aspiraciones. Se requiere repensar nuestro país.
Porque el país en el que vivimos fue creado en 1821 con una ideología criolla, es decir, por los hijos de los extranjeros avecindados en nuestra tierra, quienes desde la época colonial siempre ignoraron, rechazaron y trataron de destruir la cultura de la civilización vencida. Solo la usaron, pero jamás la valoraron y menos la entendieron.
El México que nace en 1821 es una copia de los países que estaban surgiendo en Europa y que a su vez son el resultado de la iniciativa de “los mercaderes”, que en 1776 crearon a Los Estados Unidos de América con el fin de cambiar “el Viejo Orden Mundial”, en el que la libertad individual, la iniciativa privada, el comercio, el dinero, el agio, las sociedades anónimas, las empresas, estaban controladas y sometidas por el bien común, fuera un reino, un imperio, un sultanato, una federación, en los cinco continentes de este planeta, porque el culto al becerro de oro ha sido el veneno de la humanidad.
La autoridad en todos los pueblos del mundo siempre velaba por el bien común de las mayorías y en este “Viejo Orden Mundial”, el dinero y el poder que de él se generaba, estaba perfectamente controlado y acotado por leyes, autoridades e instituciones, de modo que “los mercaderes” – no tenían libertad y menos poder-.
De esta manera, la creación de los “países” conlleva la creación de una nueva forma de organización social y distribución del poder. Por ello nace la llamada democracia, que es la manera en la que “los mercaderes” (los dueños del dinero), gobiernan al pueblo en su nombre a través de sus títeres-empleados llamados políticos.
La democracia electorera de “los mercaderes” está asociada directamente al libre mercado, la modernidad, la iniciativa privada, la publicidad, la privatización, el individualismo, en síntesis, al concepto de LIBERTAD ECONÓMICA. Entiéndase como “la libertad” de los que tienen el dinero (mercaderes) para imponerse sobre el interés del bien común y las responsabilidades de los gobiernos.
La creación de los países en el siglo XIX responde a una iniciativa de los dueños del dinero por someter a los pueblos y sus gobiernos ancestrales a los intereses del capital y la economía. El objetivo es modernizar al mundo, es decir, destruir la sacralidad de la vida, matar a Dios, venerar al becerro de oro, acabar con las tradiciones y costumbres, crear el culto a la ciencia, a la tecnología, a la materia y al consumo, deshumanizar a los individuos y a las sociedades, embrutecerlos y enajenar los sentimientos más elevados de la especie humana.
Por ello, desde 1821 el nuevo país que los criollos crearon a través de hacer una guerra civil (que ellos llaman de Independencia), en la cual derrotaron con la ayuda de los indígenas y mestizos a los gachupines o españoles nacidos en España (a quienes expulsaron), creando su propio país para ellos y de ellos.
Los criollos hicieron “su México” con las estructuras y cimientos de los trescientos años de colonia. El México de los criollos sigue siendo una Colonia, solo que disfrazada de un país democrático. El problema es que después de quinientos años de explotación del pueblo y sus recursos naturales, y la incapacidad y torpeza de los criollos en el poder en los últimos doscientos años, el sistema colonial se está derrumbando por el nivel de injusticia social y miseria que ha generado.
Los pueblos de México, en su gran mayoría de herencia indígena viven ajenos en el plano consciente a la milenaria herencia de la Cultura Madre. La colonización los ha enseñado a despreciar y denigrar “lo propio-suyo” y en contra parte, a exaltar “lo extranjero-ajeno”. Y cuando nos referimos a “indígena”, no solo es en el sentido morfológico, sino fundamentalmente en lo cultural y espiritual. Porque los llamados “mestizos” tienen más cerca la influencia de la Cultura Madre, que la cultura europea, aunque no tengan la capacidad de reconocerlo por la colonización ideológica.
Los descendientes culturales de la Civilización del Anáhuac viven en un sistema ajeno a su milenaria civilización, despreciando lo propio y exaltando lo ajeno, gobernados por un sistema creado por los dueños del dinero, en el que no tienen ninguna posibilidad de influir en el gobierno y en la toma de decisiones. Perdidos en un laberinto de desolación, permanentemente agredidos, resentidos, violentos, inseguros, miserables, desolados, incomprendidos y autoexcluidos.
Viven en un mar de corrupción e injusticia que han creado sus explotadores criollos, para mantenerlos permanentemente sujetos y explotados, atrapados en sus debilidades. Pobres y miserables, día a día perdiendo sus tradiciones y costumbres. Totalmente penetrados culturalmente. Sin futuro, sin esperanza, desesperadamente aforrándose a la corrupción y a la injusticia, como único medio de sobresalir en el injusto y criminal sistema neocolonial.
Para cambiar este destino, los hijos de los hijos de los Viejos Abuelos, necesitamos volver a las fuentes de nuestra milenaria civilización. Buscar inspiración en nuestro ancestral legado de experiencia y sabiduría humana, de retomar nuestros ancestrales valores y principios morales y éticos, de recuperar nuestras formas de organización social y gobierno. Pero fundamentalmente, recuperar la esencia de los valores trascendentes de nuestra civilización representados en la búsqueda de la trascendencia espiritual de la existencia, de manera individual, familiar y colectiva.
El futuro de nuestra patria se encuentra en lo mejor de su más antiguo pasado. La esencia de La Toltecáyotl sigue viva y vigente en las tradiciones y costumbres de todos los pueblos que conforman nuestra nación y en el “banco genético de información cultural” de todos los mexicanos. Frente al cataclismo social y ecológico que ha producido la incapacidad, cinismo y deshumanización de la ideología criolla, es necesario empezar a repensar nuestro país. El Anáhuac tiene que resurgir de los escombros de la colonización y el criollismo.
Lo que se requiere es activar esta sabiduría y concientizar al pueblo de su milenario Patrimonio Cultural. En cada mexicano esta guardada la memoria histórica del Anáhuac. En cada célula, en cada corazón, en el espíritu colectivo, en los sentimientos de la Nación se encuentra depositada la luminosa semilla milenaria del futuro.