Relato de Juan Morales sobre Carlos Castaneda

En esta entrada, transcribimos un fragmento del libro Atrapado en lo Tremendo de Juan Morales, en el cual relata una de sus muchas experiencias con Carlos Castaneda.

Fragmento del capítulo 10. “Primer grupo de Carlos Castaneda en España y la promesa de la Libertad Total” del libro Atrapado en lo tremendo de Juan Morales.

Entramos en la casa con Carlos Castaneda. No había que llamarle Castaneda, sino Nagual. Para nosotros, un cúmulo de diez y seis elegidos, era El Nagual. Estábamos los siguientes: Emilio Fiel, el  Psicólogo, la Psicóloga, el  Biólogo Catalán A, el Biólogo Madrileño, el  Biólogo Catalán B, Carmela la Larga, el  Compañero de Carmela La Larga,  la  Periodista,  la  Fotógrafa,  Mila,  el  Arquitecto  de  Jardines,  la  Profesora  de Conservatorio, el Marido de la Profesora de Conservatorio, Don Carlos Ortiz de la Huerta, la Maestra de Preescolar y yo.

En realidad, a Emilio Fiel no lo vi, porque vino el primer día, el 9 de diciembre de 1991, pero, por lo que se oía, sabía más de castanedismo que el  propio Castaneda, mandó a callar  a Castaneda y le empezó a enseñar acerca de cómo le subía y le bajaba un no sé qué de su doble y le salía por acá y le entraba por allá, es decir, comenzó un monólogo de tal manera que Castaneda, habílisimo para dar él mismo los monólogos, como todo gran maestro, le hizo el vacío, aisló su ego, y Emilio Fiel  no apareció más, sino que formó parte de los ejemplos de Castaneda durante muchos discursos más en los que se refirió a Emilio, a partir de entonces, como Fidelito Alemán, por lo cuadrado de mente que era.

Castaneda contó varias cosas. Como no se podía tomar nota, sino que se suponía que su enseñanza entraba invisiblemente, las grabé en mi memoria para apuntarlas luego en un cuadernito. Habló de un tal Gerold Fuerer, un jerifalte nazi que le curaba en Estados Unidos con homeopatía y ejercitaba un culto mazdeísta. Habló de la muerte de su abuelo como un último momento en el que tuvo un orgasmo con una querida suya. Habló de cómo Florinda la grande había desaparecido y se había querido llevar a Florinda Donner, lo cual  él  impidió. Habló de cómo tuvo que ir a curarse a Finlandia una hernia que le dio a consecuencia de esta lucha bruja en la que La Gorda, personaje de sus libros, murió por un aneurisma, y acudió a Finlandia porque no podía trasladarse por el mundo de norte a sur, sino en trayectos paralelos al  ecuador. Habló de un sinfín de cosas que están, iguales, escritas en la entrevista de la argentina Graciela Corvalán, de la española Carmina Font y de casi la totalidad de entrevistas que ha concedido. Carlos Castaneda, en las once ocasiones en las que lo vi, siempre contó los mismos cuentos, los mismos ejemplos: en realidad lo que tenía que decir era muy poco. Y se empieza a entender, al menos tras verlo varias veces, que era con su presencia, percibida con actitud pasiva, con lo que se recibía algo nuevo. Todos, al cabo de un tiempo de conocerlo, decíamos «petit comité» que el Nagual Carlos Castaneda se repetía, que estaba viejo.

En esa ocasión Carlos Castaneda portaba unos zapatos de deporte marca Mephisto. No reparo en su imagen física, ya aireada: pequeño, chaparro como él  decía, extraño, y sin culo, como él decía. A mí se me parecía, en lo menudo y poderoso a la vez, en lo exiguo y condensado, en la oscuridad de su piel, en la edad, a Sai Baba.

Entre los misterios sin constatar que soltó estaba el  de que si chocamos con alguien con el hombro derecho ganamos energía, pero si chocamos con el hombro izquierdo la perdemos. Ya nos preocupamos nosotros a partir de entonces, sobre todo cuando íbamos a un gran almacén, o cuando transitábamos por una calle concurrida, en no chocar por el lado izquierdo con nadie.

Bobeó diciendo que Federico Fellini se había enamorado de Florinda Donner. Nos aclaró que su sistema trataba de liberarnos del  orden social  que llevan a la vez cinco mil  millones de monos saltando como locos, en referencia a la humanidad. Los brujos son muy individuales, los brujos están opuestos al orden social.

Advirtió Castaneda, en aquella ocasión, algo que no imaginábamos hasta qué punto sería cierto en el  futuro cercano: Florinda Donner decía que ya era posible abrirse al  mundo. Dijo Castaneda que La Gorda había muerto de un aneurisma, porque quiso cruzar sola el puente al otro mundo, sin haber pasado por el desafío de la Universidad. Con ella, por tanto, desapareció el puente que existía con Don Juan Matus. Ahora, por tanto, inician un nuevo puente y forman grupos: éste era el primer grupo en España.

Lo más que me llegó, en el  sentido de profundidad mística, si se quisiera llamar así, fue su promesa, en el hall de la casa en la que por primera vez nos vimos: él nos llevaría a todos los que allí estábamos a la Libertad Total. Él había venido a tender un puente. Fue una promesa en la que advirtió que unos estarían, y otros no estarían, pero los que persistieran tendrían el regalo de que él los llevaría a la Libertad Total.

Cuando practicáramos y condensáramos al «otro», decía Castaneda refiriéndose al cuerpo de ensueño,  a  la  hora  de  verter  en  el  otro  ensoñado  todo  nuestro  ego,  necesitaríamos  a Castaneda desesperadamente. El  Nagual  afirmaba que «Eso» está ahí, que él  lo traía, y de manera mágica caería sobre cada uno de nosotros. Don Juan le decía que el Gran Espíritu te toca cuando quiere, que tú no puedes hacer nada, excepto estar preparado.

Esa promesa, esa alta promesa, percibida en un estado de máxima apertura pasiva por parte mía, y creo que por parte de algunos de los que allí estaban, martilleó mis esperanzas durante seis veloces años.


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