Refugiarse de la Adversidad

El mundo es un caos y nadie puede negarlo. Para desgracia de muchos, todavía tenemos que vivir en él. Nadie sabe por cuánto tiempo ni bajo qué circunstancias, pero todos percibimos que cada día es más hostil que el anterior. ¿Cómo hacer para no colapsar? ¿De dónde sacar fuerza para seguir adelante?

El budismo tiene un concepto que vale la pena recuperar para aplicarlo a nuestra occidentalizada y hueca percepción de la cotidianeidad. Me refiero a “tomar refugio”.

Los entendidos en la tradición filosófica budista, encuentran su refugio en lo que ellos llaman “las tres joyas”: Buda, el dharma y el sangha. Para ellos, Buda es el maestro que muestra el camino, el dharma representa la conducta correcta que debe guardar todo practicante, y el sangha son los compañeros de camino.

No es mi intención hablar de budismo, sino tomar prestado este concepto para adaptarlo a lo que nos concierne en este espacio: liberarse de la prisión planetaria.

Y es que el mundo actual es un manicomio que se está cayendo a pedazos y, en mayor o menor medida, la incertidumbre nos afecta a todos. Hay caos dentro y fuera. El entorno cercano cada vez es más inestable y algo dentro de nosotros nos exige un cambio, pero la duda y la confusión se apodera de nuestros pensamientos, emociones y conductas. Reaparecen viejos fantasmas, las heridas del corazón vuelven a manifestarse y nos aterra la idea de un futuro incierto y oscuro, plagado de limitaciones, carencias, dolor y sufrimiento.

Para muchos, la solución es salir corriendo a la montaña o a una isla desierta, lejos de todo y de todos. Cada vez son más las personas que huyen de las grandes ciudades y recurren a un estilo de vida más sencillo en entornos rurales. Y no es que esto sea una mala decisión, al contrario, pero la verdadera paz es producto del trabajo interior. No importa cuán radical sea el cambio, está destinado al fracaso cuando se hace desde el miedo al futuro y buscando una mejor adaptación a lo mundano.

Toda acción que se lleve a cabo en estos tiempos debe estar orientada al reencuentro con nuestra verdadera esencia y al desapego de la naturaleza humana. Hacer las cosas por miedo, por valientes que parezcan, no es congruente con el amor. Insisto, no estoy diciendo que tomar decisiones sea negativo, sino que hay que hacerlo (o no) preguntándose si éstas favorecen el objetivo de salir de la prisión o, por el contrario, te arraigan más a ella.

Para conducirse desde el amor, hay que tener confianza. Y en estos tiempos cada vez más oscuros, es necesario abstraerse, “tomar refugio”, para encontrarla.

En términos más universales, así como los budistas se refugian en Buda buscando una brújula que guíe sus pasos, el común de los mortales podemos encontrarla en el amor. El amor es el estado de conciencia que rigió la vida y obra de los grandes avatares que han pisado este planeta (incluido Buda, por supuesto). Ellos vinieron a enseñarnos a vivir en amor a través de su conducta. Su vida fue congruente con su discurso. Esa es su mayor enseñanza y la base de su evolución personal.

Por lo tanto, refugiarnos en el amor implica vivir el amor. Ser congruentes con nuestra esencia y poner en práctica los valores universales del amor en nuestra vida cotidiana. Cuando tus pensamientos se basan en amor, tus emociones y las conductas derivadas de éstas surgen del amor, por ende, eres amor. Y cuando te sintonizas en esa frecuencia, te haces uno con tu esencia y con la energía de amor que hay en el universo. A partir de ese momento, no existe oscuridad que apague esa luz. Como si encendieras una vela en una cueva oscura: las tinieblas que rodean a la flama son incapaces de apagarla.

Quien vive en amor, es amor. Y no hay mayor confianza que aquella que surge de saber que se está haciendo lo correcto, aunque el mundo no lo entienda, apruebe o valore. Para vivir en amor, muchas veces se tiene que renunciar a la comodidad, al deseo y a la conveniencia. Sin embargo, el beneficio es inmediato y se manifiesta tanto en el plano físico como en el energético (o espiritual, si prefieres llamarlo así). Cada vez que obras desde el amor, fortaleces la barrera que te protege de las tinieblas y te permite construir una realidad paralela que es directamente proporcional a tu naturaleza. Y desde ahí, tenlo presente siempre, no existe oscuridad capaz de apagar tu luz.

Ahora bien, en un mundo en tinieblas no hay nada peor que obrar desde la luz. De inmediato se encienden las alarmas y se pone en marcha la maquinaria para opacarla y, a la postre, apagarla. De ahí que nuestra segunda joya de refugio debe ser la conciencia. Entiéndase ésta como la madurez necesaria para aceptar que la humanidad perdió la batalla contra la oscuridad porque eligió aceptarla en su corazón, que ahora eres tú el que juega de visitante en su estadio, y que la oscuridad jamás te dejará en paz porque quiere que seas suyo para siempre Aceptar que el mal existe, que gobierna el mundo y esto es un hecho irreversible, te sitúa en la realidad sobre la cual crearás tu propia realidad basada en el amor.

Vivir en conciencia es conducirte con base en tu esencia, no desde tu mente y tus necesidades mundanas. De esta manera te alineas con lo que verdaderamente eres, no con lo que el sistema te hace creer que eres. La conciencia es un platillo elaborado sobre un arduo y constante trabajo interior; con conocimiento, tanto de uno mismo como del entorno; pero también con una buena dosis de intuición. Que no es “inspiración divina”, sino la voz de tu corazón que se manifiesta de diversas maneras. La conciencia implica el análisis de la mayor cantidad de posibilidades antes de tomar una decisión, pero también la certeza de que el resultado siempre es positivo cuando se elige desde el amor y te orienta a la salida de la prisión.

Por último, hay que tener en cuenta que no estás solo en este camino. Quizás no tengas cerca a personas que interpreten la vida de manera similar a la tuya, pero existen y, al igual que tú, se están batiendo contra las hordas de oscuridad que intentan esclavizarlos para siempre.

Si bien la liberación de este plano llega como consecuencia directa del compromiso individual con el trabajo interior, lo que haga o deje de hacer el colectivo tiene un impacto directo en todos los seres que estamos vinculados a nivel energético por el amor. Es decir, existe un fuerte vínculo entre todos nosotros -incluyendo al planeta mismo y todos los seres de la naturaleza que vibran en amor-, que se nutre y fortalece de las acciones de cada uno, pero también se debilita cuando nuestras acciones no son congruentes con la luz.

La oscuridad se rige por jerarquías. Divide y discrimina. El más fuerte somete a los débiles. En el amor es diferente. El amor congrega, une, incluye. De manera que un número 10 no somete al número 3, como en la oscuridad. En el amor juntos valen 13 y el número 10 enseña lo que sabe al 3 para que ambos puedan seguir creciendo.

Aunque no tengas la fortuna de tener cerca personas con las que puedas dar y recibir amor de manera libre y genuina, puedes dar por un hecho que a nivel energético formas parte de un conglomerado que se nutre y fortalece del amor de todos. Si no fuera por esto, las tinieblas nos hubieran devorado desde cuándo. Siente esa energía y aliméntala con tus acciones. Tomar conciencia de que lo que hacemos y dejamos de hacer también impacta a otros, no solo nos compromete, sino que nos motiva a hacer la parte que nos toca y nos brinda consuelo en los momentos difíciles. Todos vamos en el mismo barco y, aunque estemos lejos, es posible sentir la empatía y complicidad que surge de la seguridad de saberse acompañado y la certeza de que nos volveremos a encontrar cuando todo esto termine.

En síntesis, el entorno global es cada vez más hostil. Pero más allá de tus circunstancias personales, puedes encontrar un refugio en el amor, la conciencia y el colectivo de amor del que formas parte. En ellos encontrarás guía, sentido y fuerza para mantenerte firme en el amor y continuar encontrando tu esencia más allá de la falsa identidad que la oscuridad creó para manipularte y esclavizarte. ¡Acércate al refugio!


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1 comentario en “Refugiarse de la Adversidad”

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