Recientemente una persona me abordó en una fila para realizar un servicio bancario. Me preguntó de una manera sincera, el por qué los escritores escribíamos sobre el pasado. Me dijo que él conocía la biblioteca de una persona muy culta y que la mayoría de libros se referían al pasado de México.
Me dijo, -yo estoy aburrido de ver hacia el pasado, a mí me gusta el futuro, dejen de escribir temas de pasado y escriban sobre el futuro-.
Me llamó la atención el comentario de esta persona. Yo le trate de explicar que sí los mexicanos seguíamos escribiendo sobre el pasado, podría ser debido a que éste no estuviera completamente resuelto. Es cómo sí un enfermo toma la medicina equivocada, necesitará seguir tomando medicina, probando, hasta que le den la que él necesita. De alguna manera los mexicanos, efectivamente, de forma recurrente seguimos abordando nuestro pasado, intentando por varias vías de interpretación, «asimilar» nuestro nebuloso pasado.
Todas las grandes conciencias de nuestra nación, han abordado el tema de la historia, la cultura y le identidad, desde diversos escenarios, sean estos el arte, la ciencia o la política.
Es más, no es una obsesión sólo del pueblo mexicano, ahí están los grandes artistas europeos, los pintores, los músicos, los escritores, que escriben y re-escriben sus historias, buscando la luz, buscando puntos luminosos para fijar cuadrantes y avanzar. Porque la historia no es una sola, es múltiple y cambiante, gracias a nuevos descubrimientos, nuevos enfoques o nuevas tecnologías.
Mire usted, amable lector, donde se escribe la historia todos los días es en el periódico. Sí usted lee un mismo suceso; por ejemplo, el caso de Paco Stanley. Sí lo lee en la Jornada, es diferente que sí lo lee en el Heraldo o en el Financiero. El mismo hecho usted podrá encontrar diversas y a veces, encontradas percepciones de una misma realidad.
Entonces la historia la escriben los vencedores y los que detentan el poder. En la historia, «oficial», se explica, se valida y se afirma la realidad del poder. La historia es una narración del pasado que nos explica con «lógica lineal» el estado actual de las cosas. Cada país tiene su historia oficial y también diversas corrientes críticas.
Sí usted lee la historia que los conquistadores escribieron de la conquista, es muy diferente a la que escribieron los misioneros. En la colonia, no es lo mismo los textos de los criollos que la de los peninsulares. El siglo pasado se puede ver desde dos vertientes, la de los conservadores y la de los liberales. Todavía hoy en día, la imagen del Presidente Juárez, es muy diferente la que enseñan en las escuelas públicas que en las escuelas católicas.
Así es la historia, se construye y se reconstruye, la historia se «inventa» y se ajusta. Tanto los nazis, como los mexicas en su día, cambiaron la historia para explicarse su arribo al poder.
¿Por qué entonces, los mexicanos seguimos escribiendo sobre nuestra historia con tanta insistencia? ¿Usted cree que una persona puede llegar a la plenitud de su existencia sí sufre de amnesia? No cree que en términos generales los mexicanos todos, especialmente los que hemos tenido la fortuna de tener estudios…»somos extranjeros incultos en nuestra propia tierra». Quienes y cuantos mexicanos conocemos con aceptable certeza los procesos históricos de la revolución a nuestros días. Cuántos de esos pocos conocen la historia del siglo XIX. Una verdadera minoría conocen algo de los tres siglos de colonia y muchos, pero infinitamente, muchos menos, conocen algo de los siete mil quinientos años de historia llamada pre «hispánica»-.
Como nación, sí sus hijos son ajenos a su historia, a sus raíces a su identidad, jamás llegaremos a la plenitud, ni siquiera económica, sino fundamentalmente existencial, en tanto individuos en tanto nación.
Los mexicanos necesitamos reinventar- nuestra propia historia. Los primeros transgresores de la memoria histórica de nuestra civilización fueron los mexicas, quienes destruyeron todos los códices en que se recogía la milenaria historia de nuestros Viejos Abuelos. Tlacaélel, el Cihuacóatl de los mexicas ordenó su destrucción y la producción de los nuevos códices, donde los mexicas se ponían como el pueblo elegido. Después llegaron los españoles y quemaron los códices de los mexicas y escribieron lo poco que mal entendieron de nuestra decadente (en esos momentos) civilización. En el siglo XIX, los victoriosos criollos escribieron «su historia patria» y a final de ese siglo, Porfirio Díaz ordenó a Vicente Riva Palacio hacer la «historia oficial», con sus mitos y sus leyendas, nacidas en muchos casos de la literatura y la imaginación del siglo XIX. Esa idea de «El padre de la Patria», Don Miguel Hidalgo y Costilla como un abuelito, por estar cano y pelón, pero es sabido que Hidalgo era un hombre maduro de 56 años, sano y fuerte. Para las fiestas del Centenario, se rehízo la «historia patria oficial» y lo importante es que funcionó para ese momento y esa circunstancia.
Pero ahora necesitamos revisar nuestra historia oficial y sí es necesario…reinventar otra historia que nos funcione para el tercer milenio.
Cuando a finales de los años cuarenta apareció la tumba de Cuauhtémoc en Ixcateopan, Guerrero, el Presidente de la nación, Miguel Alemán, tuvo que decidir sí los restos hallados debajo del altar del templo era o no eran los restos del último tlatuani mexica. El señor presidente después de meditarlo mucho, decidió, en bien de la patria que, efectivamente ¡sí eran los restos de Cuauhtémoc! Y por supuesto que eran los restos del tlatuani. Para el caso, qué importa sí son o no son los verdaderos huesos de Cuauhtémoc, lo que importó es que el Estado asumiera esas reliquias como un símbolo de nuestra identidad. Eso es todo, así de sencillo y por eso creemos que debemos reconstruir nuestra historia para encarar el tercer milenio, con nuevas bases y nuevos paradigmas.
Así pues, los que escribimos sobre nuestros Viejos Abuelos, pues tendremos que seguirlo haciendo hasta que ya no sea necesario, hasta que hayamos salido del cinco centenario «laberinto de soledades» del colonialismo, hasta que haya cicatrizado esa herida, que supura desde hace siglos, que huele mal y que nos está carcomiendo, aunque existan personas que lo niegan.