P-ANTOLOGÍAS DE ESTAMPAS QUE RELATO ( 3. RELATO DE LA BUENA Y LA MALA SUERTE OXIDADA POR OXÍGENO)

Había una vez un gran amigo que yo tenía y que por mala salud se fue muy temprano. Era muy sabio y bondadoso. Yo le conté, cuando me casé con Paolita, que era extremadamente feliz y me dijo seriamente… “ahora solo te queda esperar a ver cuánto vas a tener que pagar; no hay felicidad gratuita”.  Yo pensé para mis adentros… cómo me puede estar diciendo eso. ¿será envidia?

Pues bien, agarrando el hilo de lo que quiero relatar, yo ya tenía doble buena suerte… me saqué con unos compañeros un auto bello en una rifa. Una persona adinerada que estaba ilusionada con ese auto en particular, y el de ganarlo en rifa como señal de buena suerte, nos lo cambió por un terreno que costaba el doble de lo que costaba el auto, solo por darse el gusto de ir a reclamar el premio y salir en la foto del periódico.

En ese terreno compartido, a mí me tocó una bonita superficie de 2,750 metros cuadrados en una zona que tendría mucha plusvalía. A mí lo que me interesaba era que provenía de buena suerte.

En el terrenito había un nacimiento de agua y estaba en un espacio de bajío precioso como para construir una casa a mi estilo rodeada de bellezas vegetales (árboles y jardines). Lo tenía para mi futuro, pues en el presente ese, no había ni para comprar un solo ladrillo.

Casi siete años pasaron, cuando me vinculo a un proyecto de gran posibilidad para yo enriquecerlo con mis conocimientos e ideas de hacer cosas novedosas. Era una fundación formada por un trío de magnates guatemaltecos y el presidente del país en turno. El director era un intrépido genio y dinámico e hiperactivo hijo de una amiga de mi ex – posa.

Después de intercambiar ideas y criterios, me contratan en “Oxígeno para el Mundo” y yo escribo y doy forma a una idea básica que ellos sí tenían clara, sobre la que me monté y describí toda una estrategia de promoción y desarrollo ecológico, turístico y participativo.

El objeto era vender patrocinios de un árbol en Petén, a niños guatemaltecos, en primera instancia y gringos, en segunda.

Se necesitaba alcanzar previamente un monto específico para conformar un capital semilla que, era indispensable para lanzar el proyecto en Estados Unidos de América y Canadá. El director del proyecto tenía ese compromiso con los socios ya que ellos no iban a pagar la adquisición del terreno y los gastos de las instalaciones previstas, hasta no ver que el proyecto agarrara impulso efectivo.

En Guatemala se convidaron a niños por prensa y televisión, se visitaron los principales colegios y se recaudaron 36 mil aportes de CINCO QUETZALES por cada patrocinio, para “Apadrinar un pinito en El Petén”.

Lamentablemente, el director preocupado, me decía que necesitaba medio millón de quetzales para completar el capital semilla y no había forma de completarlo. Total, yo plenamente convencido de la seguridad de que con capital el proyecto sería una verdadera novedad y un éxito que generaría varios millones de dólares (imaginemos unos 50 millones de niños de Norteamérica a un dólar anual por cada uno).

Entre paréntesis, narro que se tenía visto un terreno de un poco más de mil hectáreas -para principiar- con dos lagunas y condiciones ideales para desarrollar un paraíso ecológico y selvático. Los pormenores del proyecto eran algo verdaderamente novedosos, nunca propuestos antes por mí y menos por alguien, en ningún lado que yo conociera. Una legítima idea luzaso mía.

Total, para no hacer muy largo el relato, hipoteco mi terreno en TRESCIENTOS MIL QUETZALES y se los cambio a “Robertío” por dos pagarés de UN MILLON cada uno para cobrarlos a los tres y cuatro años posteriores a la fecha de la negociación. El único compromiso que era ineludible era que él iba a pagar el préstamo y de uno de los pagarés se descontaría ese valor.

¡Cómo iba yo a dudar de la seguridad de sacar adelante semejante proyecto! Los socios de la Fundación eran intachables y extremadamente solventes. Encima, el presidente era de una familia muy respetable que no era posible -según yo y mi infinita estupidez-, que por unos pocos miles de quetzales que representaba la hipoteca de mi sagrado terreno, iban ellos a desacreditarse.

Pues así fue.

En mi archivo de recuerdos tengo dos pagarés no solventados. Perdí mi terreno que había sido un regalo de la suerte y nunca pude obtener una cita o respuesta a mis denuncias directas a los socios. El director de la Fundación desapareció y después se supo que hasta era peligroso insistir.

Ah. Nunca reclamaron los padres de esos 36,000 niños estafados. Nunca se hizo una sola observación sobre la desaparición en escena de tan novedoso y alaraco proyecto.

Tan tán.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *