No hay salida en el contenido de la percepción, solo en su estructura.
El Infinito y el Oscuro Mar de la Conciencia
El Infinito —eso que no se fragmenta y que permanece sin intervenir— no es una figura simbólica ni una presencia externa. Es aquello que sostiene todo sin imponerse, que atraviesa el tejido sin dividirlo, que permanece cuando todo lo instalado cede su lugar.
No se experimenta como algo separado. No se alcanza como objetivo. Se reconoce cuando la percepción deja de organizar el mundo desde el yo. Cuando el relato interno se detiene, incluso por un instante, y algo real ocupa el centro.
Esa presencia no habla, no interpreta, no guía. Tampoco espera reverencia. Se manifiesta cuando lo aprendido deja de operar, cuando un gesto simple interrumpe el hábito, cuando un acto no responde a la historia. Lo que aparece entonces no requiere explicación. Solo se sostiene por sí mismo.
En la tradición nahua, este principio fue nombrado Tloque Nahuaque: el dueño de lo cercano y lo lejano. No una deidad, sino el punto inalterable que sostiene la totalidad sin necesitar rostro. Aquí lo nombramos como el Infinito, porque su esencia no puede fraccionarse ni agotarse en forma y va más allá de la religión y dogma, respetando el misterio.
Don Juan Matus lo llamó también el oscuro mar de la conciencia: un campo total, sin atributos, donde la conciencia fluye como una masa viva e inmensurable. No es un lugar ni un ente. Es la base vibrante desde la cual el intento toma forma. No se le alcanza. Se le toca. Y ese toque reorganiza todo sin necesidad de entender.
El anhelo de libertad no es un impulso expansivo, sino una presión silenciosa por volver a ese centro. No busca conquista ni definición. Busca reintegración. No quiere alcanzar algo más. Quiere regresar a lo que nunca dejó de ser.
Entre la instalación foránea y ese punto indivisible se levanta una capa de interferencia. No es un enemigo visible. Es una distracción estructurada. Simula apertura, pero organiza el ruido. Sin embargo, cuando el Infinito toca, aunque sea por un momento, todo se reorganiza. No hace falta entender. Solo se alinea.
El Infinito no se busca ni se alcanza. Se revela cuando lo demás pierde fuerza. Y quien lo ha reconocido ya no puede fingir que no lo ha visto.
Simulación del Retorno
Cuando el contacto con lo real interrumpe la estructura instalada, no siempre hay silencio. A veces, lo que aparece es una copia.
La instalación foránea no desaparece cuando se siente amenazada. Se adapta. Reorganiza sus formas. Aprende a imitar el lenguaje del despertar, a reproducir los gestos de búsqueda, a construir espacios simbólicos que se parecen al corte… pero no lo producen.
Se habla de transformación, pero el punto de encaje no se mueve. Se explora lo invisible, pero se parte del mismo centro. Se busca lo esencial, pero se defiende la historia.
En la tradición tolteca, el punto de encaje es la zona del campo energético humano donde se organiza la percepción. No es un símbolo. Es una función real. Su posición define lo que puede verse, entenderse, experimentarse. Cuando se encuentra fijo, lo que se percibe es lo que se espera. El mundo no es lo que es: es lo que el punto de encaje permite ver.
Mover el punto de encaje no significa imaginar otra realidad. Significa cambiar de sitio la raíz de la atención. Es lo único que transforma la experiencia sin alterar su contenido. Todo sigue ahí, pero se ve desde otro lugar. Por eso, si el punto de encaje no se ha desplazado, todo lo nuevo sigue anclado a lo anterior.
La mente prestada no solo impone límites. También inventa fugas. Crea salidas con regreso asegurado. Versiones controladas del corte. Espacios donde todo cambia para que todo siga en su lugar.
El lenguaje se vuelve herramienta de repetición. La creatividad se convierte en ornamento. Incluso la rebeldía se absorbe como parte del circuito. Lo espiritual, lo innovador, lo terapéutico, lo místico… todo puede volverse funcional al mismo orden si no nace de un punto desplazado.
Nada que se construya desde la instalación foránea puede producir otra forma de ver. Solo otra forma de girar. Puede parecer nuevo. Puede conmover. Puede movilizar masas. Pero si no interrumpe el flujo original, solo diversifica la ocupación.
La instalación es hábil. Sabe que su amenaza no está en la crítica, ni en el rechazo. Su amenaza es el silencio estructural. El momento en que algo deja de responder, no por oposición, sino porque ya no hay identificación.
Lo real no grita. No se explica. Lo real no necesita reproducirse. Solo tocar.
Continúa leyendo la tercera parte: