Hasta hora he sido un duro crítico de las masas y su negación patológica a ver y aceptar la realidad. Vidas basadas en la satisfacción inmediata de los deseos más primarios de la estructura humana, mediante el consumo de la inmensa variedad de estímulos placenteros que ofrece el sistema. La búsqueda y satisfacción de estos deseos es su meta existencial. Y a la acumulación del placer derivado del consumo de los estímulos que satisfacen sus deseos, le llaman felicidad. El ser humano actual está condenado a consumir desde que nace hasta que muere. Y no solo me refiero a productos y servicios, sino a todo tipo de experiencias superficiales que producen una amplia gama de placer: el consumo de sustancias con fines lúdicos o pseudo espirituales, contenidos audiovisuales hiper estimulantes, sexo sin restricciones, experiencias multisensoriales de compra y entretenimiento, violencia disfrazada de activismo social, etcétera.
Pero a pesar de que la inmensa mayoría de la humanidad se vendió al sistema a cambio de la estimulación permanente de sus sentidos, hay todavía algunos que se resisten a vivir en la absoluta inmadurez y no solo están ejerciendo su libre derecho de hacerse responsables de sí mismos, sino que además están luchando contra viento y marea para hacer lo que sea necesario para mantener encendida la luz en su corazón y salir de esta prisión en cuanto se presente la oportunidad.
Quiero enfatizar que la oportunidad se va a presentar. Absolutamente nadie sabe ni cómo ni cuándo. Y con esto no quiero decir que será producto del azar. De alguna manera todos los seres que vivimos el amor en este plano la estamos generando día con día, con cada elección que tomamos. No obstante, nadie sabe en qué momento llegará. Mientras tanto la oscuridad, más cruel y despiadada que nunca, sigue avanzando con contundencia y mostrando el músculo a aquellos que perciben la realidad desde la conciencia.
Es entre ellos, precisamente, que se ha propagado el virus de la desesperanza. Las personas conscientes de lo que realmente está sucediendo en el mundo se encuentran más vulnerables que el resto, ya que su visión del mundo actual les muestra un panorama desolador en el que la luz cada vez se va apagando más y más. Si bien antes no encontraban su lugar en un mundo infantilizado como el descrito al principio, ahora se sienten más excluidos y rechazados que nunca, expuestos al peligro constantemente y cada vez más cerca. El mal les respira en la nuca, los acosa y los ataca con mayor frecuencia que antes. Las circunstancias actuales son terribles para todos, pero para las personas que se niegan a renunciar a su luz interior resulta infinitamente peor.
El panorama actual es sombrío y una cosa es tener conciencia, y otra muy diferente es contar con los recursos interiores, las herramientas necesarias para mantenerse a flote cuando el barco está naufragando. En posteriores publicaciones compartiré lo que en mi experiencia podría ser de utilidad para estos fines, pero ahora quisiera enfocarme en un tema que la desesperanza ha convertido en una opción para muchos: el suicidio.
Más allá de prejuicios estériles, el suicidio es la opción menos estratégica para escapar de la prisión. Esto por una sencilla razón: el primer principio del amor es el amor a uno mismo. Una persona que permite que otros le hagan daño o se daña a sí misma, no vive en amor. Una persona que de manera consciente planea y ejecuta un plan para quitarse la vida no está actuando desde el amor, sino desde el miedo. Sin importar la justificación que tenga ni lo terribles de sus circunstancias, lo que subyace en el fondo de una decisión de esa envergadura es pura energía emocional de la más baja vibración. De tal suerte que en el momento que se concreta el acto suicida, el cuerpo energético de cuarta dimensión pierde toda la luz que hay en él y se entrega a la oscuridad de manera irremediable.
Cuando la conciencia de una persona le permite ver la realidad que se vive en este plano -sobre todo en la actualidad-, resulta inevitable que experimente una profunda desazón y se sienta devorado por la desesperanza. Aceptar que la vida en este plano no tiene sentido, resulta ser un golpe devastador que genera una crisis no solo existencial, sino psicoemocional. Como lo mencioné antes, el que se tome conciencia no significa que se tengan los recursos para manejar una crisis de estas dimensiones. De ahí que, alguien sumido en el más profundo abatimiento, puede dejarse llevar por la desesperación y tome una decisión de consecuencias funestas e irreversibles. En otras palabras, quien considera que quitarse la vida es la única vía para salir de esta mierda, lo que en realidad estaría logrando es sumirse en ella para siempre.
No es mi intención minimizar el sufrimiento de nadie, así como tampoco vender falsas expectativas de un futuro mejor. Sea cual sea tu situación y tus circunstancias, puedes vivir en amor. Es obvio que hay entornos mucho más terribles que otros, pero bajo cualquier circunstancia se puede vivir en amor y ejercer su primer principio: el amor a uno mismo. La única manera de salir de esta prisión es viviendo de acuerdo a los principios de nuestra esencia, de nuestra naturaleza. Cualquier otra vía es una puerta falsa promovida por el miedo y la desesperación que son producto del sufrimiento y de una crisis existencial que debe ser atendida. Quien piensa en suicidio está pensando en un escape “fácil” que le ahorre todo el esfuerzo que demanda enfrentar su realidad desde el amor, al final se estaría dejando devorar por ella. Por su parte, quien piensa en buscar herramientas para hacer frente a la crisis de toma de conciencia y a los peligros del mundo actual, se está conduciendo desde el amor. Quien se para bien firme en su realidad, sea cual sea, y le planta cara a la oscuridad que pretende devorarlo, se está conduciendo desde la confianza en sí mismo y, por lo tanto, desde el amor. Quien pone la esperanza de que todo su esfuerzo será recompensado con creces una vez que regrese a casa, está poniendo su esperanza en el lugar correcto. Eso sucederá cuando llegue el momento y la mejor manera de esperarlo es viviendo desde el amor, es decir, viviendo el amor.
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