Los europeos que llegaron al Cen Anáhuac en 1492, no lo hicieron producto de un viaje humanista o científico. Venían en una expedición para encontrar una nueva ruta comercial a la India, toda vez que los turcos habían cerrado el paso a las caravanas comerciales en el Medio Oriente.
Tampoco vinieron los mejores y preclaros hombres de la Europa Medieval. Por el contrario, eran dirigidos por un oscuro marinero que ahora se sabe era judío catalán y que estaba financiado por los ricos mercaderes que estaban desesperados por reiniciar sus operaciones comerciales basadas en las importaciones que hacían del Asia.
La tripulación estaba constituida de carne de presidio, condenados a cadena perpetua por crímenes y robos en España. El llamado Cristóbal Colón venía en un frenesí de riqueza fácil y rápida, que él y sus hijos exterminaron a los pueblos indígenas de las Antillas.
Después llegaron la baja nobleza española, los misioneros fanatizados por destruir una cultura y una religión que jamás llegaron a conocer y menos comprender. Una corriente de pobres e ignorantes deseosos de hacer fortuna a cualquier precio empezaron a poblar este milenario continente. Sin dejar de mencionar a la burocracia corrupta y abusiva.
Este es el verdadero antecedente de la invasión, conquista y colonización de nuestros pueblos y tierras. Desde 1492 los extranjeros han llegado a apoderarse de nuestras tierras, a destruir nuestras ancestrales culturas y a negarnos cualquier derecho, hasta el de ser humanos.
El problema no es que sucedió hace más de 500 años. El verdadero problema es que se ha venido repitiendo año tras año la misma historia de injusticia, explotación y negación. En efecto, la civilización invadida ha sido negada totalmente de manera violenta o sutilmente de forma sistemática.
Primero se afirmó que no éramos seres humanos. Después pasamos a ser indios idólatras y los representantes de una civilización vencida. Durante 300 años no tuvimos la menor posibilidad de poseer el orgullo y el recuerdo de nuestros milenarios Viejos Abuelos.
En medio de luchas fratricidas, durante el siglo XIX mientras los criollos se peleaban unos contra otros, después de haber corrido a los gachupines, nuestra civilización pasó a ser un lastre y un estorbo para la europeización que intentaron torpemente implantar los criollos.
Durante el siglo XX los descendientes culturales de los pueblos originarios han sido tratados de integrar al progreso y modernización que los Estados Unidos impusieron a los criollos en el poder.
En lo que va del siglo XXI las cosas no cambian. La cultura dominante conformada con criollos agringados sigue negando tercamente a la inmensa masa de mexicanos que, a pesar de su amnesia histórica y cultural, su mestizaje tiene mayor raigambre indígena y de manera atávica, mantienen viva en lo esencial las tradiciones y costumbres de la civilización negada en su vida cotidiana, sea en las ciudades, los cinturones de miseria o en el campo.
Desde 1521 los colonizadores han tratado de hacernos creer que la civilización del Anáhuac no tenía mayor importancia, pero, sobre todo, que había desaparecido con la destrucción de la ciudad de México-Tenochtitlán. Que los mexicanos tenemos nuestras mayores raíces en la cultura española y que somos herederos del legado judeo-cristiano. Que lo mejor que tenemos vino del otro lado del mar y que lo indígena es vergonzante e intrascendente. Esta ideología ha sido la base de la colonización y explotación durante estos cinco siglos. Negarle cualquier valor a la civilización del Anáhuac y asumir su exterminio en el siglo XVI.
Si los hijos de los hijos de los Viejos Abuelos pudieron sobrevivir al infierno de la colonia a manos de los gachupines. Si nos hemos mantenido como Nación estos dos siglos de torpezas y luchas de los criollos, ha sido gracias a las bases indestructibles de la civilización del Anáhuac.
Al inicio del tercer milenio, los hijos de los hijos de la civilización del Anáhuac empiezan a despertar de este letargo. De manera inexplicable, gracias a las fuerzas telúricas de estas tierras, la conciencia se empieza a activar y la Madre Cultura reclama a sus hijos su amor y su defensa.
Estamos en tiempos de asombrosos cambios. Uno de los más extraordinario se está dando de adentro hacia fuera en los pueblos y culturas de esta civilización. Los insurgentes indígenas mayas de Chiapas han dicho a toda la nación ¡YA BASTA! Y su voz reverbera en la conciencia adormilada de los mexicanos. Esa voz que viene desde muy adentro y desde tiempos ancestrales nos está transformando, aunque no nos demos cuenta.
Lo asombroso no es que no esté muerta la civilización del Anáhuac, sino que nosotros somos parte viva de ella. Que hemos sido, a lo largo de estos quinientos años, gracias a ella sin darnos cuenta. Que hemos sobrevivido a nuestra muerte histórica gracias a nuestra madre querida.
El futuro de México es su pasado. Por el Anáhuac hablará el Espíritu desde lo más profundo y desde lo más antiguo. Lo más genuino de nosotros llegará del pasado como un maremoto. La diferencia es que no destruirá nuestra otra parte occidental, sino las dos se fortalecerán y acrecentarán unidas su potencial creador.
La presencia de la civilización del Anáhuac no es excluyente. Por el contrario, a lo largo de estos cinco siglos a través de un sabio ejercicio de apropiación y resistencia cultural se ha mantenido usando en gran medida a la propia cultura occidental. Después de quinientos años se ha fundido en la superficie con ella.
Lo importante es que en el fondo de cada uno de los mexicanos subyace el mayor potencial cultural y ese, indiscutiblemente es de la civilización madre. Los dos nos enriquecen, el problema es que los colonizadores nos han neutralizado al obligarnos a negar a la civilización del Anáhuac.