Resulta verdaderamente penoso para los mexicanos, que después de cinco siglos, al igual que los conquistadores del siglo XVI, no nos haya importado conocer, estudiar y difundir el pensamiento filosófico del México Antiguo.
Como hemos dicho ya, el Anáhuac produjo una de las seis civilizaciones más antiguas del mundo. La pegunta obligada es ¿por qué?, si China y la India, que son civilizaciones tan antiguas como la del Anáhuac, tuvieron una filosofía que orientara, explicara y le dieran sentido y continuidad a su evolución, la nuestra no posea para los investigadores un pensamiento filosófico que sostuviera un proceso de Desarrollo Cultural, tan largo y antiguo como las otras civilizaciones «madre» del mundo.
El mito de que los Viejos Abuelos eran agricultores idólatras, que hacían sangrientas ceremonias al sol, al agua y al viento, es sólo producto de las mentes colonizadoras, que negaron y siguen negando, cualquier valor de la civilización invadida. Resulta verdaderamente penoso para los mexicanos, que después de cinco siglos, al igual que los conquistadores del siglo XVI, no nos haya importado conocer, estudiar y difundir el pensamiento filosófico del México Antiguo.
Como hemos dicho ya, el Anáhuac produjo una de las seis civilizaciones más antiguas del mundo. La pegunta obligada es ¿por qué?, si China y la India, que son civilizaciones tan antiguas como la del Anáhuac, tuvieron una filosofía que orientara, explicara y le dieran sentido y continuidad a su evolución, la nuestra no posea para los investigadores un pensamiento filosófico que sostuviera un proceso de Desarrollo Cultural, tan largo y antiguo como las otras civilizaciones «madre» del mundo.
El mito de que los Viejos Abuelos eran agricultores idólatras, que hacían sangrientas ceremonias al sol, al agua y al viento, es sólo producto de las mentes colonizadoras, que negaron y siguen negando, cualquier valor de la civilización invadida. Cada una de las civilizaciones Madre del mundo, han tenido que desarrollar, después de satisfacer sus necesidades básicas de subsistencia, un cuerpo de ideas muy elaboradas y complejas, que explican el origen de la vida, el mundo y el ser humano; su razón de existir y dar respuesta a qué sucederá después de la muerte, (el problema ontológico del Ser).
Esta estructura de pensamiento, que trata de resolver las tres preguntas básicas que todo ser humano conciente y todo pueblo desarrollado necesitan responder, quién soy, de dónde vengo y a dónde voy, es la base en donde se asientan los demás conocimientos, tanto materiales como espirituales, que le dan orientación y sentido a la existencia. Cada civilización con origen autónomo, entre otras cosas, tuvo una filosofía, una religión, un maestro, un grano como alimento básico y un lenguaje estético.
Si unos tuvieron El Taoísmo, El Hinduismo, El Budismo, nosotros tenemos a La Toltecáyotl, pensamiento filosófico del México antiguo. Si otras civilizaciones tuvieron a Zoroastro, Hermes, Akenatón y basaron su alimentación en el trigo, el arroz o la papa; nosotros tenemos a Quetzalcóatl y al maíz.
Las ruinas de la civilización grecolatina nos “hablan” porque conocemos a sus pensadores, filósofos y poetas. Las piedras de las “ruinas” y los objetos que se encuentran en nuestros museos, nos pueden “hablar” trasmitiendo su sabiduría, siempre y cuando conozcamos la línea de pensamiento que la concibió; dejando de tener tan solo un valor “Estético o turístico”, pasando a ser algo vivo, vigente y vibrante.
La elevada abstracción del pensamiento filosófico se materializa en la piedra, el barro o los metales y en el Patrimonio Cultural Intangible; de modo que, no podemos aceptar la existencia de nuestros Viejos Abuelos, sin un pensamiento filosófico afirmado e inconmovible en la materia y permanente en nuestras tradiciones y costumbres. Resulta un desafío impostergable iniciar el tercer milenio con el conocimiento de la filosofía de nuestros Viejos Abuelos.
TOLTECÁYOTL, CONCIENCIA DE UNA HERENCIA DE CULTURA. «Hurgaré, a través de los textos y otros testimonios nahuas prehispánicos, en la conciencia que tuvo el hombre mesoamericano de ser portador de un gran legado. Y añadiré que, lejos de querer elaborar una erudita y estática recordación, al acudir a las fuentes en náhuatl, busco también atisbos e ideas con significación para nosotros y a la vez capaces de enriquecer los planteamientos sobre nuestro propio patrimonio cultural”. (Miguel León Portilla. 1980)
El período de mayor esplendor del México antiguo fue el llamado Clásico y comprende aproximadamente del año 200 a.C. al 850 d.C. Más de mil años de un sorprendente y continuo proceso de crecimiento humano y social. En este período la filosofía, la sabiduría y las ciencias, llegaron a su máximo desarrollo. Los grandes centros de conocimiento encabezados por Teotihuacan lograron su mayor apogeo.
La vida social encontró su equilibrio perfecto entre la satisfacción de las necesidades materiales de subsistencia y las necesidades de trascendencia de la existencia. El arte ha sido el mejor testimonio de este luminoso período. Si las bases del desarrollo humano se dieron con los Olmecas en el Período Preclásico, el vértice superior del desarrollo cultural del México antiguo se alcanzó en el Período Clásico. Fueron más de mil años de un impresionante avance humanista en el Anáhuac. Todas las civilizaciones del mundo llamadas madre buscaron en el espacio más elevado de su desarrollo la trascendencia espiritual de la existencia. Los antiguos mexicanos no fueron la excepción. Sus conocimientos del Espíritu humano, de la concepción del mundo como campos de energía, de la relación del micro cosmos con el macro cosmos y de la responsabilidad de interactuar como humanizador y equilibrador entre la naturaleza y el cosmos, resulta sorprendente y asombrosa.
Estos mil años de esplendor son fundamentales para explicarnos lo que hoy somos los mexicanos. Necesitamos conocer por nosotros mismos con mayor profundidad este período luminoso. Hacer nuestras propias conjeturas con nuestros propios valores, dejar atrás la visión del extranjero colonizador. Los europeos en la Edad Media buscaron en su pasado inspiración para construir un puente que los sacara del oscurantismo de la Edad Media. La pregunta es por qué nosotros no podemos, de la misma manera, buscar en el pasado una fuente de inspiración a partir de los valores, principios y actitudes que crearon los Viejos Abuelos para llegar al cenit de su evolución y desarrollo cultural.
Y con esos valores diseñar y construir nuestro futuro. Actualmente desconocemos los alcances de sus logros espirituales y energéticos, pero lo cierto es, que los vestigios materiales de su desarrollo nos dejan sin aliento y exaltan nuestro espíritu.
Al recorrer Teotihuacan, por ejemplo, no podemos más que pensar en sus logros intangibles, frente al impresionante manejo de la materia. Si su pirámide de conocimientos estaba dirigida a alcanzar la conciencia espiritual, cuando reflexionamos descolonizadamente en la cima de la Pirámide del Sol, debemos de pensar en los alcances y logros que debieron tener en el plano intangible del conocimiento, especialmente en el campo de la energía.
Al descolonizar la concepción de nuestros Viejos Abuelos, por más negación y destrucción de su conocimiento, entenderemos que siguen vivos en nuestro corazón. Que la civilización del Anáhuac no ha muerto, como predican los colonizadores desde hace cinco siglos. Y que nosotros somos su continuación en el tiempo cíclico.