A los mexicanos nos han privado de nuestra memoria histórica para poder someternos como un dócil pueblo colonizado. Una persona, una familia y un pueblo que no conoce su pasado, no entiende su presente y por supuesto, tampoco su futuro. En el pasado descansan los cimientos de lo que somos hoy y de lo que deseamos ser mañana. El pasado es lo que nos permite entendernos cabalmente en el presente.
México es uno de los países que posee una de las historias más antiguas de la humanidad. Ocho mil años, desde la invención de la agricultura hasta nuestros días. Sin embargo, por desgracia la mayoría del pueblo desconoce este portentoso pasado, que es la suma de muchas generaciones que han trabajado intensa y continuamente en busca del desarrollo humano y la permanencia de esta civilización a través del tiempo.
Primero los conquistadores y después los colonizadores trataron de borrar todo valor y vestigio de la civilización vencida. Durante los 300 años de colonia, cada 13 de agosto se realizaba un desfile en la ciudad de México para celebrar la derrota mexica y la caída de Tenochtitlán. Actualmente cada 12 de octubre, el Estado mexicano celebra «el descubrimiento de América» y en una de las más importantes avenidas de la ciudad, tiene un monumento al genocida de Cristóbal Colón.
El conocimiento de los siete mil quinientos años de lo que deberíamos llamar «historia-propia-nuestra», aquella en la que no intervino el conquistador-colonizador, es casi totalmente desconocida para la mayoría del pueblo de México. Este no es un hecho fortuito, tampoco mala suerte o resultado genético de una incapacidad para poder retener en nuestra memoria, la evolución, permanencia y desarrollo de nuestro pueblo como civilización. Es en cambio, el resultado de un proceso perfectamente estructurado de colonización, lo que implica que a partir del siglo XVI de manera violenta o pasiva, directa o indirectamente, grotesca o subliminalmente, los colonizadores inician el proceso de desmantelamiento, destrucción y negación de las lenguas autóctonas, hasta dejarnos mudos. La pérdida de la memoria histórica, hasta dejarnos amnésicos. La destrucción de nuestros conocimientos, hasta dejarnos estúpidos. La pérdida de los espacios hasta dejarnos como extranjeros incultos en nuestra propia tierra y finalmente, la destrucción y persecución de nuestra milenaria actitud mística y espiritual ante la vida, hasta dejarnos paganos e idólatras.
Parte de este proceso, que iniciaron los conquistadores y que hasta la fecha lo continúan los hijos ideológicos de «los criollos», es el de hacer creer al pueblo de México que nuestra mayor herencia cultural y la fuente de nuestra inspiración más antigua debe ser la cultura mexica. La última en llegar al Valle del Anáhuac al final del periodo Postclásico decadente y que fundaron la ciudad de México-Tenochtitlán apenas 194 años antes de la llegada de los invasores europeos.
El propio Estado mexicano, que es una continuidad de la ideología criolla, ha asumido a los mexicas como el origen del Estado. Prueba de lo anterior, es que el más importante museo de historia antigua de México, el Museo Nacional de Antropología e Historia, la sala central, no solamente en el aspecto físico, sino fundamentalmente en el ideológico es la sala mexica. Las culturas olmeca, tolteca, maya, entre otras, quedan reducidas a una curiosidad histórica, minimizando el valor histórico en la conformación de nuestra civilización. La atenta lectura del guión museográfico nos revela este atentado a nuestra civilización.
La poca historia del México antiguo que se conoce, la han escrito los vencedores. En los libros de texto se les enseña diariamente a nuestros niños que cuando los mexicas vencieron en una heroica batalla a los invasores extranjeros, esa batalla la deben recordar como «La Batalla de la NOCHE TRISTE». Los mexicanos todavía no hemos iniciado la recuperación de nuestro pasado. Desde el primer «historiador» de México, el conquistador Hernán Cortés, pasando por los misioneros y los anahuacas convexos que de inmediato se hispanizaron, como Fernando de Alba Ixtlilxochitl, hasta llegar a los modernos expertos de la historia antigua de México, que en su mayoría son extranjeros, con sus honrosas excepciones, en la mayoría de los casos o se denigra y menosprecia a los pueblos encontrados, especialmente al mexica. O se trata de exaltar a los mexicas, tratándolos como la génesis de nuestra civilización.
Ambas actitudes nos parecen equivocadas y tendenciosas. En los dos casos nos impiden dimensionar con claridad y justicia el proceso civilizatorio del Anáhuac. Nos cancelan la posibilidad de llegar a la raíz.
Los conquistadores que escribieron, lo hicieron de una manera parcial. Ya sea como Cortés con sus «Cartas de Relación», que es un alegato para demostrar que, pese a que traicionó al gobernador de Cuba y llegó al Anáhuac en calidad de prófugo de la justicia, Cortés trató por medio de sus escritos de ganar la simpatía y el perdón del rey de España. La descripción que hace de ese mundo es totalmente parcial, pobre y tendenciosa. O el texto de Bernal Díaz del Castillo, que lo escribe muchos años después de haber sucedido los hechos, ya como un anciano que busca las dadivas de la corona por su «heroica» participación en la invasión.
Los misioneros, gente culta y más preparada, escriben no con un carácter científico, humanista o sociológico. Lo hacen para dar a conocer a los nuevos misioneros las costumbres «diabólicas» que seguían practicando los invadidos, para poder perseguirlas y erradicarlas. Eran textos que buscaban «conocer al demoníaco enemigo». Debemos de pensar que para los europeos del Siglo XVI el demonio existía verdaderamente, no era una entelequia abstracta. Algo similar en nuestros días como la inflación para nosotros. Para ellos el demonio poseía a los pueblos originarios y ellos estaban convencidos que estaban librando una batalla para liberar las almas de los vencidos a favor de su Dios y ganarse el cielo para ellos en lo particular. De modo que sus escritos también resultan tendenciosos.
Otro elemento muy importante es que debemos tomar en cuenta que quienes mandaron destruir los más antiguos y valiosos códices del México antiguo fueron los mismos mexicas, por instrucciones de Tlacaélel, el poderoso y longevo cihuacóatl mexica, muchos años antes de la llegada de los invasores europeos.
En efecto, cuando los mexicas empezaron su proceso de expansión y poderío, la historia antigua del Anáhuac ya los había registrado, doscientos años antes, como un pueblo bárbaro, que llegó al Valle del Anáhuac sin hablar la lengua náhuatl, sin saber tejer algodón y «sin un rostro propio». Los nuevos poderosos no permitirían que la historia hablara así de ellos y por ello realizaron la «primera reforma educativa», al cambiar la historia antigua del Anáhuac y en esta «nueva historia», ellos aparecerán como el pueblo que realizó la peregrinación, que vino de un lejano lugar de siete cuevas y que venían en busca de una tierra prometida, que tendrían un Mesías que los salvaría y que nacería de madre virgen. Esta historia, es falsa en tanto se la atribuyen a sí mismos los mexicas. Es verdadera, en tanto que es la memoria histórica del Anáhuac, miles de años antes de la llegada de los mexicas. Es interesante señalar que esta misma historia la comparten, con variantes, otros pueblos del mundo. Más bien, parece que es una memoria histórica de la humanidad. Pero que, por lógica, no pudo suceder apenas trescientos años antes de la invasión.
¿Por qué se han escrito tantas imprecisiones sobre los mexicas? Es muy sencillo responder. Porque fue el pueblo que los conquistadores y colonizadores vencieron y sometieron. Cuando les convino a sus intereses, los describieron como grandes y poderosos, especialmente por los conquistadores (para acrecentar el tamaño y valor de sus victorias). Cuando los presentaron como un pueblo primitivo, salvaje y demoníaco, convenía a los intereses de la iglesia (para tratar de enaltecer su noble y «heroica» lucha en contra de las poderosas fuerzas del demonio).
Pero el punto que mueve a esta reflexión es el de ubicar a la cultura mexica en su justa dimensión con referencia a la civilización del Anáhuac. En efecto, muchas personas buscan sentir, el justo y necesario orgullo de nuestra antigua cultura, de nuestra Civilización Madre. Pero resulta un grave error sentarlo en la última cultura del periodo Postclásico Decadente. Veamos por qué.
En primer lugar estamos dejando de tomar en cuenta los primeros 5800 años del periodo Preclásico, desde que dejamos de ser bárbaros, nómadas, cazadores, recolectores, hasta que llegamos a tener las bases más importantes de la Civilización del Anáhuac, pasando por la invención de la agricultura, el maíz, la milpa, las ciencias, el arte, la religión y fundamentalmente los sistemas alimentario, de salud, de educación y el sistema de organización social y el régimen jurídico, sobre el cual se asentó los cimientos donde después se desplantaría la civilización del Anáhuac.
Dejar de ver este maravilloso y sorprendente proceso de DESARROLLO HUMANO, en el que nuestros Viejos Abuelos, por ellos mismos y sin ayuda de ningún otro pueblo del mundo, crearon las bases sociales, culturales y de conocimiento, para que casi seis milenios después florecieran por más de mil años, uno de los procesos civilizatorios más importantes de la humanidad.
En efecto, fue entre aproximadamente el año 200 a.C y el 850 d.C que el Cen Anáhuac alcanzó los mayores avances y logros de nuestra Civilización Madre. El vértice superior de su desarrollo se fundamentó, como todos los pueblos sabios del mundo, en la trascendencia espiritual de la existencia material.
En estos más de mil años de esplendor los investigadores no se explican por qué no hubo guerras, sacrificios humanos, señoríos, propiedad privada, moneda, idolatrías. Los pueblos del Anáhuac buscaban el desarrollo espiritual como el fin supremo de su existencia. Tanto de manera individual, familiar, como social. La herencia más directa que tenemos de nuestros Viejos Abuelos, la encarnan hoy en día en los llamados «pueblos indígenas», a quienes debemos reconocerles su alto sentido espiritual y místico por el mundo y la vida.
El testimonio más elocuente de esta verdad son los vestigios materiales de su proyecto de desarrollo espiritual que hoy llamamos «zonas arqueológicas» y que no se pueden explicar cabalmente en un mundo materializado como en el que vivimos actualmente. Las «ruinas» del periodo Clásico no fueron concebidas como ciudades, fortalezas, palacios, panteones o «centros ceremoniales» y mucho menos como, zonas de atracción turística, como hoy las utilizamos. Fueron en cambio construidas a la gloria del espíritu humano que busca retornar a su primigenio origen luminoso.
Fueron centros de investigación y estudio de conocimientos que hoy desconocemos, pero que apuntaban hacia los valores más exaltados de la existencia humana.
Sin embargo, algo extraordinario sucedió alrededor del año 850 d.C. pues estos lugares fueron destruidos hasta los cimientos por los propios habitantes y cubiertos de tierra. Monte Albán como ejemplo, se inició su construcción en el año 500 a.C y durante 1350 años se mantuvo en un proceso constructivo y de uso de manera permanente. Se antoja una extraordinaria labor su construcción en más de 13 siglos y a través de muchas generaciones. Sin embargo, piense usted que su destrucción por una sola generación y en pocos años, debió representar una labor verdaderamente increíble y titánica.
El misterio del llamado Colapso del Periodo Clásico Superior es uno de los grandes misterios de la humanidad. No sabemos por qué lo hicieron, cómo lo hicieron y a dónde se fueron, pues no dejaron un rastro arqueológico. Un dato más para acrecentar este misterio, es que sucedió en todo el Cen Anáhuac, más o menos al mismo tiempo.
Al desaparecer los Grandes Maestros, los pueblos que habían vivido una época de esplendor y armonía, bajo la guía filosófica-religiosa de Quetzalcóatl, comenzaron a degradar las enseñanzas de los milenarios toltecas, (como ha sucedido en todas las civilizaciones). Comenzaron la formación de los linajes y los «señoríos» y con ellos las guerras. La religión comenzó a ser degradada por los sacerdotes, quienes llegaron al extremo corrupto de personificar al propio Quetzalcóatl, dado que ya no contaban con la supervisión de los Maestros Toltecas. Se iniciaron de nuevo los sacrificios que había prohibido Quetzalcóatl.
Fueron muchos siglos de decadencia paulatina. Este fue el tiempo en el que llegaron los mexicas del Norte. En poco tiempo se culturizaron con los vestigios que quedaban de la cultura tolteca.
Sin embargo, fue Tlacaélel, el Cihuacóatl de los mexicas quien realizó la mayor trasgresión al pensamiento místico-espiritual de los toltecas. Quitó de la dualidad filosófica-religiosa Tláloc-Quetzalcóatl, la figura de Quetzalcóatl, para poner a su lugar a su Dios tribal Huitzilopochtli. Este es el motivo de su momentáneo apogeo y al mismo tiempo la razón de su terrible derrota a la llegada de los invasores europeos, pues Cortés se asumió como el capitán de Quetzalcóatl y con este engaño pudo lograr atraer a su causa a cientos de miles de guerreros de los pueblos sojuzgados por los mexicas y derrotarlos.
Se tiene que reconocer que los mexicas, pese a vivir un periodo de decadencia del Anáhuac, poseían una cultura mucho más avanzada que los europeos del Siglo XVI. El grado de Desarrollo Humano, de calidad y nivel de vida era mucho más alto en el Anáhuac que en toda Europa. La alimentación, la salud, la educación y la organización social, pese a estar en decadencia, era muy superior a la de los pueblos invasores. Eso no lo podemos negar, pero también debemos dimensionarlo en un proceso civilizatorio de siete mil quinientos años, en los cuales los mexicas poco aportaron.
Lo que hicieron fue refuncionalizar y vigorizar, momentáneamente, una civilización que estaba en decadencia. Sin embargo, lo hicieron trasgrediendo las bases filosóficas-religiosas del legado tolteca y tuvieron que pagar muy caro su error. Los mexicas se asumieron como los detentadores de la misión divina de mantener vivo al Quinto Sol.
En aquellos tiempos los pueblos decadentes del Anáhuac pensaban que a la partida de los Maestros toltecas, en el siguiente ciclo de 52 años, el sol ya no saldría y sería el principio del fin del Quinto Sol. Como los mexicas iban en ascenso y expansión tenían que asegurar la existencia de este mundo.
Tlacaélel que fue uno de los pililis que se educó en el Calmécac de Cholula, que estaba dirigido por un linaje de los Maestros toltecas y por ello conocía en profundidad la filosofía y la religión tolteca. Tlacaélel hizo un cambio dramático en la filosofía tolteca, creando una nueva ideología que tenía que ver con el culto a la materia, la dominación, la guerra, el comercio. La milenaria «guerra florida» de los toltecas, que implicaba la lucha interna y personal por «florecer el corazón» a través del sacrificio espiritual, fue cambiada por una «guerra florida» en contra de sus vecinos. El objetivo era tomar prisioneros para sacrificarlos al Sol y con ello alimentar al astro rey, para que este no feneciera.
Tlacaélel propuso estas reformas que tomaban la antigua tradición tolteca, pero le cambiaron el fondo espiritual por un objetivo material. El imperialismo de los mexicas tenía, como todos los imperialismos que han existido, una «misión divina», para un pueblo elegido. Los mexicas bajaron de «nivel» a Quetzalcóatl dios milenario de los toltecas y en su lugar pusieron al dios tribal de los mexicas. Huitzilopochtli ocupará uno de los lugares de los cuatro Tezcatlipocas. Tlacaélel «injertó» a Huitzilopochtli en la cosmogonía tolteca del Anáhuac, desplazando a Quetzalcóatl y el sentido místico y espiritual por el mundo y la vida.
Este «injerto» filosófico-religioso creará una nueva ideología que le servirá a los mexicas para convertir su expansión y sometimiento de los pueblos vecinos, en una misión divina, en la que cada guerrero estaba contribuyendo al sostenimiento, no solo de la grandeza de la México-Tenochtitlán, sino al sostenimiento del mismo universo.
Esta dinámica permitió que los mexicas derrotaran y sometieran a los pueblos vecinos y además de imponerles grandes tributos, como nunca se había dado en el Anáhuac, se les impuso la nueva ideología místico-guerrera de sustituir a Quetzalcóatl por Huitzilopochtli. Los mexicas, dirigidos por Tlacaélel, trataron de demostrar que la decadencia del Anáhuac era producto de un equivocado culto al espíritu simbolizado por la figura de Quetzalcóatl.
Aunque los mexicas no desterraron a Quetzalcóatl de su simbología religiosa, le dieron un lugar inferior en importancia. Esto se puede comprobar en el Templo Mayor de Tenochtitlan, donde en lo más alto de la pirámide existían dos habitaciones para adorar a las dos deidades superiores. Una estaba dedicada a Tláloc y la otra a Huitzilopochtli. En frente de las escaleras principales del Templo Mayor ubicaron la pirámide redonda de Quetzalcóatl, pero de menor tamaño y por consiguiente de menor jerarquía e importancia.
Esto puede explicar el por qué, Cortés pudo derrotar a un poderoso Estado imperial, que contaba con varios cientos de miles de guerreros debidamente entrenados y organizados.
Cortés llegó en el año en la que se profetizó el regreso de Quetzalcóatl, llegó por el lugar donde él se fue y como a través de Malinche y Jerónimo de Aguilar, se había enterado del contenido de las profecías y la trasgresión mexica, Cortés se presentó como embajador y capitán de Quetzalcóatl. Cortés hizo una mezcla a su conveniencia de Quetzalcóatl con el rey de España. Les hizo creer a los mexicas que el rey de España (Quetzalcóatl) lo había enviado a Tenochtitlán para hablar con sus autoridades. De esa manera también Cortés logró la alianza con los pueblos sojuzgados por los mexicas, tanto para liberarse del yugo explotador mexica, como para aliarse al representante del dios milenario de los toltecas, que regresaba como lo había predicho a retomar su relevante lugar en la filosofía y religión de los pueblos del Anáhuac.
Es curioso observar que los pueblos indígenas que no aceptaron la nueva ideología mexica y que se mantuvieron con la dualidad Tláloc-Quetzalcóatl, como fueron los mayas, los oaxaqueños, los de la Montaña de Guerrero, los purépechas y los tlaxcaltecas, en la actualidad son los pueblos con mayor identidad cultural y con mayor apego a sus milenarios orígenes.
Fueron los criollos los que iniciaron a principios del siglo XIX el culto a la cultura mexica. Como ellos se sentían «de esta tierra», frente a la lucha que entablaron contra sus parientes los gachupines por el Sistema de Castas, iniciaron una tarea de exaltación de la cultura mexica a la que llegaron a igualar, según ellos, por su sabiduría y grandeza, a las culturas griega y romana. Los criollos a principios de mil ochocientos tratan de buscar la identidad cultural de la nueva nación que estaban formando a través de la cultura mexica. Razón por la cual, cuando logran la independencia de España, le ponen a «su país» el nombre de México y no del Anáhuac, como por miles de años se llamó a esta tierra.
Este país que fundaron los criollos desde 1810 ha sido de criollos. Guillermo Bonfil le llama el «México imaginario» y en el cuál, la presencia de la civilización vencida ha seguido negada y perseguida hasta nuestros días.
Para todos aquellos compatriotas, que están deseando acabar con la injusticia y la explotación de nuestro pueblo, que desde 1521 hasta la fecha sigue viviendo en un injusto y deshumanizado sistema colonial, en el que se nos ha negado sistemáticamente el acceso a nuestra milenaria memoria histórica.
Para aquellas personas que buscan dignificar nuestra civilización, fortalecer y acrecentar nuestra cultura, no es posible fincar nuestro más ancestral origen, nuestra más profunda raíz, nuestro más exaltado orgullo, en la cultura mexica. Lo cual no implica su denostación y desvalorización, pero sí su valoración y análisis profundo. Necesitamos para acabar con la colonización, dimensionar en su conjunto a toda nuestra historia. Conocer todos los procesos y entender los graves errores que hemos cometido. Tanto antes de la invasión como después de ella.
Acabemos con el mito colonizador de la supuesta grandeza mexica, que solo ha sido usada por los criollos para construir los «remotos orígenes» de su país y para impedirnos conocer nuestra verdadera historia, nuestra más valiosa y antigua raíz.
Solo de esa manera podremos recuperar nuestra memoria histórica y con ello acabar con la colonización mental, espiritual y material en la que hemos vivido estos casi cinco siglos.
Querer iniciar la descolonización con un mito de los descendientes de los conquistadores y colonizadores, es iniciar mal el retorno a nuestros milenarios orígenes.
Considero que todos estamos de acuerdo que el futuro de México es su pasado. Sí eso es cierto, debemos conocer la historia del México antiguo desde la invención de la agricultura hace ocho milenios. Valorar el gran esfuerzo de investigación y sistematización que hicieron los más antiguos antecesores nuestros, que hoy llamamos pre-olmecas y olmecas. Conocer y encarnar los valores y principios humanos, filosóficos y espirituales con los que los toltecas lograron mantener un esplendor de más de mil años y dejarnos la más valiosa herencia cultural con la que hoy nos sostenemos como individuos y como pueblo (aunque no lo podamos momentáneamente visualizar y concientizar).
Necesitamos conocer y entender los procesos de formación y esplendor, así como la crisis y decadencia de nuestra civilización. Dimensionar en este inmenso proceso histórico la presencia de la cultura mexica. Sin desvalorizarla, pero sin exaltarla indebidamente. Asimilar su desempeño histórico, aprender de él, debido a que los procesos humanos son cíclicos y no lineales.
Los mexicanos debemos construir nuestra propia historia, nuestra verdadera historia, dejando atrás la historia oficial de los conquistadores, misioneros, encomenderos, investigadores extranjeros, intelectuales del sistema y la «historia oficial» del gobierno criollo.
Debemos buscar en el fondo de nosotros mismos nuestra esencia y nuestra verdadera raíz. Debemos despojarnos de los vicios eurocéntricos de la academia cientista y colonizadora. Buscar en nuestra tradición oral, en nuestros «jóvenes abuelos», en nuestras tradiciones y costumbres; el hilo conductor que nos conecte con lo más propio, con lo más íntimo, con lo más nuestro. No necesitamos que nos valide ninguna academia, universidad o país. Tomar en su justa medida las investigaciones realizadas, leerlas entre líneas, apoyarnos selectivamente en los trabajos honestos de propios y extraños. Recurrir a nuestro «banco genético de información cultural», a los Viejos Abuelos que viven en nuestros genes, confiar en nuestros sueños y ensueños, en nuestra percepción no racional del mundo y la vida, en la intuición. Creer en la fuerza del Espíritu.
La tarea es de urgente realización. No tenemos tiempo. Debemos estar lejos de los fanatismos y las luchas estériles. Ya no tenemos más tiempo que perder. La tarea y la responsabilidad es de todos.