Conciencia también es renuncia

Casi todos los días hablo con personas que se autoperciben conscientes, dicen estar en contra del sistema y estar dispuestas a llegar hasta donde sea necesario para salir de la matrix. Pero todo cambia súbitamente en cuanto comenzamos a hablar sobre las renuncias que toda persona consciente realiza para vivir en congruencia. La mayoría de ellas se queja de todo y de todos aquellos que no perciben la realidad como ellas, pero son tan esclavas del sistema como aquellos que critican. Y es que no es lo mismo querer salir de la matrix (suponiendo que eso fuera posible en estos tiempos), que renunciar a lo mundano para dejar este plano de una vez y para siempre.

La trampa de la matrix no solo está en los paradigmas de la vieja era -política, economía, religión y ciencia-, sino en el deseo de ser feliz; en la esperanza que nunca muere; en la búsqueda obstinada del placer egóico del cuerpo, la mente y hasta el espíritu; en la necesidad de aceptación social, del éxito profesional o de la iluminación espiritual.

Esto no solo se manifiesta en las personas que viven sin cuestionar nada a su alrededor (los llamados “dormidos”), sino también -incluso más- en las personas que se autoperciben conscientes. Las primeras conciben la prosperidad y abundancia en términos materiales, sentimentales, sociales, laborales, económicos y sexuales, como un regalo divino o como consecuencia natural de “ser buena persona”, responsable, trabajadora y persistente. Ven los privilegios como una meta existencial, pero también como un sinónimo de éxito y la innegable muestra de que están haciendo las cosas correctamente como individuos y como sociedad. Quienes aún no alcanzan ese estado mundano de felicidad y plenitud, saben que llegará en la medida en que se alineen con el sistema, y si no es así, es porque hay un plan divino que así lo determina y hay que aceptarlo sin chistar.

La percepción de aquellos que se creen iluminados es diferente. Unos creen que alguien les robó el derecho de alcanzar las prerrogativas que brinda la experiencia mundana -entre ellas la libertad de disentir-, y es su obligación derrocar a la tiranía para recuperarlas, tanto a nivel individual como colectivo. Son libres en la medida en la que más acceden a todo aquello que les negaron: abundancia material, justicia, progreso, “amor”, aceptación, reconocimiento… Para otros, el bienestar integral es resultado de una vida “espiritual” activa. Por lo general, ésta se percibe comúnmente como la práctica tenaz de disciplinas orientales; el contacto con todo tipo de entidades de naturaleza no humana, el manejo de energías desde diferentes tradiciones filosóficas y esotéricas, o la reproducción de costumbres y cosmovisiones de las culturas originarias.

No niego que todas estas personas han ido despertando su conciencia, pero están lejos de ser realmente conscientes. Siguen viviendo en el sistema porque su idea de libertad está directamente asociada a los parámetros de felicidad que les ofrece lo mundano.

Información no es conciencia. Lucha no es conciencia. Felicidad no es conciencia. Esperanza no es conciencia. Espiritualidad no es conciencia. Para una persona realmente consciente todo esto es parte de la programación de la que debe despojarse para encontrarse consigo mismo. La conciencia -entre otras cosas- es aceptación y renuncia. El mundo llegó al punto donde ya no hay mañana. O sales de aquí o te quedas para siempre. Por lo tanto, a lo primero que hay que renunciar es a lo mundano, es decir, a la búsqueda de la felicidad con base en los parámetros establecidos por el sistema, tanto a nivel individual como social.  Y esto parte de la paradoja: amor significa también abundancia en todos los sentidos, por lo tanto, ésta debería ser una consecuencia natural de vivir en el amor. Sin embargo, esto lo saben bien las fuerzas de oscuridad que colonizaron este planeta y se encargaron de contaminarlo todo para convertirlo en una atractiva y seductora cadena que te ancle a este plano, en vez de ser una vía de liberación como lo fue en el pasado.

Es bien común recibir preguntas sobre la posibilidad de “seguir disfrutando de lo bueno de la vida” sin que haya consecuencias negativas o sin que ello merme el trabajo interior. La sociedad actual -terriblemente infantilizada y adicta al placer-, no es capaz de discernir el mal en todo lo humano. Y si lo ve, lo niega. La humanidad no quiere aceptar que esta suerte de apocalipsis no tendrá un final feliz porque la oscuridad se coló en todos, absolutamente todos los rincones del planeta y de la experiencia humana. De tal suerte, una persona consciente percibe la realidad tal y como es; acepta que la oscuridad gobierna este planeta y nada va a cambiar para bien; se traza la meta de salir de aquí al aceptar que no encaja en el mundo y en la realidad impuesta por los colonizadores; y todos los días, en cada momento, elige desde el amor y en función del objetivo que se trazó, ya que vive consciente de que el riesgo está en todos lados y hay que calcularlo bien antes de dar un paso. Pero, sobre todo, una persona consciente renuncia a significarse a través de la experiencia humana porque llegó a un punto tal de su desarrollo interior, que la lleva a identificarse con su verdadera esencia. Por lo tanto, renunciar a lo mundano representa asumir una postura existencial donde la evolución se encuentra fuera de este plano y se alcanza trascendiendo la materia y lo material en cualquiera de sus formas y manifestaciones.

No quiero que se malinterpreten mis palabras. No estoy diciendo que solo se puede salir de aquí viviendo en una isla desierta o convirtiéndose en una suerte de Buda o algo parecido. Se puede vivir en el mundo mientras se viva en congruencia con lo que se es y la meta que se quiere alcanzar. Riesgo hay en todo, pero es lógico que no se puede renunciar a todo. Hay que tomar consciencia de la diferencia entre estar en riesgo y estar en peligro, pero también hay que tener la madurez tanto para percibirlo, como para hacerse responsables de las consecuencias -para bien o para mal- de las elecciones que se realizan en lo cotidiano.

Y aunque las renuncias son un traje a la medida de cada individuo, hay algunas que son obligadas para toda la humanidad en estos tiempos de definición. De ellas nos ocuparemos en la próxima publicación.    


Ver artículo anterior de Félix Hompanera V.

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