Una crisis detona el despertar de la conciencia y éste, a su vez, genera otra crisis. Esto es algo inevitable. Las variables “crisis” y “conciencia” siempre vienen en el mismo envase. Pero más allá de explicar los síntomas de la crisis del despertar de la conciencia -quizás lo haga más adelante-, quisiera enfocarme en una parte de la que nadie habla y es bien importante compartir con las personas que están trabajando en su interior buscando tener una vida en consciencia.
Casi todo mundo acude a un médico cuando tiene alguna molestia o enfermedad. Su motivación es sanar para recuperar la vida que tenia antes de enfermar. Dependiendo de la gravedad del problema es el tratamiento que se administra y la responsabilidad que debe tener el paciente para concluirlo con éxito. A veces consiste solo en disciplinarse con tomar medicamento a las horas señaladas por el médico, pero en otras es necesario transformar determinados hábitos e incluso someterse a largas y pesadas rehabilitaciones. La perseverancia del paciente es fundamental para que el tratamiento sea exitoso.
Algunos aprovechan la enfermedad para transformarse y salen fortalecidos de ella. Otros tantos regresan a las andadas una vez que sienten una mejoría. Sobra decir que el problema seguirá presentándose una y otra vez con consecuencias cada vez más negativas, tanto para el paciente como para quienes le rodean.
Lo mismo pasa cuando se trabaja interiormente. Ya sea en un proceso terapéutico o en cuestiones energéticas o transpersonales, el consultante tiene que hacer su parte para que las cosas funcionen. No obstante, vivimos en tiempos en los que todo se quiere rápido, sin esfuerzo, sin dolor y de preferencia gratis. Ahí nos encontramos con el primer gran obstáculo de cualquier proceso de toma de conciencia. Pero el más importante es, por mucho, la expectativa creada sobre los resultados del proceso.
¿Qué esperas obtener de un proceso de desarrollo interior? ¿Sentirte mejor, tener una mejor vida? ¿Y qué significa eso para ti? Para la mayoría de las personas esto es sinónimo de cumplir con las exigencias de la sociedad de nuestro tiempo, es decir, plenitud y prosperidad en cuestiones materiales y económicas, relacionales y sexuales, profesionales y sociales, de salud y larga vida. Por su parte hay otros que anhelan libertad, autonomía, tranquilidad e incluso escapar de todo lo impuesto por el sistema, pero no se dan cuenta de que terminan persiguiendo lo mismo, pero por medios alternativos también controlados por el sistema. Sin darse cuenta, los primeros solo aspiran a decorar la celda en la que viven y llenarla de comodidades. Mientras que los segundos solo logran mudarse de una celda a otra motivados por una conciencia muchas veces limitada, otras tantas artificial.
Debemos tener presente que en los mayores anhelos y placeres que nos ofrece la experiencia humana, están los mayores peligros. El problema es que para la humanidad de hoy es casi imposible concebir la vida sin placer. Y es precisamente ahí donde el nivel de conciencia se vuelve proporcional al nivel de renuncia. Pero no se trata de renunciar a todo y vivir aislado, eso se llama miedo y es una de las emociones más oscuras que existen. Se trata de encontrarse a uno mismo más allá del placer, de encontrarle sentido a una vida sin sentido más allá de la experiencia mundana claramente diseñada para atraparnos en esta prisión de máxima seguridad.
Esto es más evidente que nunca, cuando gran parte de la humanidad está buscando vacunarse contra el coronavirus para recuperar su vida superficial y vacía anterior a la pandemia. Otros simplemente se niegan a vacunarse porque perciben en el fármaco un riesgo muy alto que va más allá de sus efectos secundarios. Ambas posturas son válidas pero no dejan de ser respuestas mentales, no necesariamente conscientes. Una decisión tomada desde la conciencia implica un profundo análisis de lo que se busca obtener al vacunarse o no, y de todo aquello a lo que se va a renunciar tomando uno u otro camino Quien pretende resolver esto desde la mente decide en función de lo que le conviene. Quien lo hace desde la conciencia, busca hacer lo correcto. Y lo correcto siempre es aquello que favorece que logres tu meta. Y es justo ahí donde está el meollo del asunto.
En los tiempos actuales, cuando todo está colapsando, no hay meta más consciente que aprovechar la última oportunidad que tenemos de salir de esta prisión. Y no podemos salir de aquí tomando decisiones desde las heridas, las carencias, los traumas o la introyectada necesidad de placer que llamamos felicidad. Todo eso, aunque esté cargado de buenas intenciones, termina por anclarnos a este plano. Por lo tanto, una persona consciente no toma una decisión sin antes hacerse dos preguntas: (1) ¿Esta situación me acerca o me aleja de mi objetivo de liberarme de la prisión? (2) ¿Estoy dispuesto a renunciar a lo que me conviene por hacer lo correcto?
Una persona que va al médico porque tiene alto el colesterol tiene dos caminos: tomar medicamento de por vida y seguir comiendo y bebiendo lo que se le antoje, o modificar su dieta y tener una vida saludable. La primera no limita el placer y las consecuencias de ello serán muy negativas. En la segunda se tiene que renunciar al placer (o al menos moderarlo en buena medida) pero las consecuencias son muy positivas. Una persona inteligente elige la primera opción, una consciente irá por la segunda. Pero una persona consciente, inteligente y además valiente, se enfoca no solo en modificar su dieta sino en indagar el origen de su búsqueda de placer a través de la comida, trabaja con perseverancia para superarla y la trasciende para siempre. Esto significa hacer de la conciencia un estilo de vida. Solo quien lo logra es una persona consciente y tiene posibilidades reales de salir de aquí. El resto permanecerá en el autoengaño eterno, solo cambiando de celda, pero en un cautiverio cada vez más cruel.
En la próxima entrega revisaremos cuáles son las principales trampas a las que se enfrentan las personas que verdaderamente están dispuestas a salir de aquí.