El conocimiento profundo que ha emanado de distintas partes del mundo y de distintas épocas, nos habla de la interacción del ser humano con el bien y el mal, y que estas fuerzas son cosmogónicas, es decir, han estado ahí antes de la existencia humana.
Dos fuerzas que nos jalan constantemente, despertando en nuestra vida la necesidad constante de definirnos e identificarnos ante una, no obstante, nuestra asignatura es reconocernos más allá de ellas, pues son solo campos de acción para nuestro aprendizaje, y de esto va el presente texto.
Se nos ha enseñado que estas fuerzas combaten entre sí: Dios contra el diablo, los malos contra los buenos. Esto es solo parte primaria de nuestra desfragmentación y separación, como también lo manifestamos en la disociación de nuestro mundo interior del mundo exterior y también el divorcio de nuestro consciente con nuestro inconsciente, y de ahí el término “sombra” acuñado por Carl G. Jung: todo aquello nuestro que no queremos reconocer y echamos atrás de nosotros para no verlo y no mostrárselo a los demás.
Diferentes decretos de la corriente newage sugieren que te concentres en lo bueno, insinuando negar el mal o no voltear a verlo, con el objetivo de conectar con las cosas buenas, riquezas, experiencias gratas y demás. Ninguna de las partes debe negarse, como lo dice el cabalista Mario Sabán “Una vida espiritual real nunca niega la existencia del mal”.
De la misma forma el Nahual Don Juan nos enseñó a través de Carlos Castaneda que necesitamos un ser opositor, es decir, una fuerza que jale al lado opuesto hacia el infinito, que nos haga agilizarnos. También se hablaba de los “pinches tiranos”, vistos como una ayuda para el desarrollo, una vez habiendo comprendido el camino del guerrero.
El psicoterapeuta estadounidense Thomas Moore decía “hemos de aceptar la noche oscura y vivir en consonancia a ella porque el alma se alimenta de la oscuridad tanto como de la luz”.
Las sagradas escrituras también dejan ver que la serpiente fue creada por Dios. Todo tiene una función para nuestro desarrollo.
Es por eso que el camino del ser humano, para limpiar nuestro vínculo con el infinito, contiene tramos de oscuridad y de luz, y ese camino nos conduce a descubrirnos y asumirnos más allá de ellos. Nuestras acciones impregnadas de una de estas dos fuerzas, son el vehículo de aprendizaje, aunque es cierto que mayormente estemos acostumbrados a aprender y crecer de los actos y experiencias negativas. Ambos son un camino a la trascendencia.
Todos somos en esencia conscientes del bien y el mal más allá de la moral que defina la época. Somos seres que se mueven libremente entre estos dos campos. Sabemos qué nos une y qué nos desune, qué nos expande y qué nos contrae, porque comprendemos en esencia la oscilación constante de estas dos fuerzas, que es justo el lugar en el que el universo nos invita a ubicarnos: La dinámica.
A través de los aprendizajes tenemos la oportunidad de dejar de incidir en episodios impregnados de maldad. Perdonar nuestros errores del pasado, integrándolos a nuestra experiencia y conectándonos en el presente, sin reprocharnos ni realizar un juicio constante sobre los eventos ocurridos, una vez habiendo aprendido la lección. El verdadero Ser se nutre de ellas y se vincula con la unidad a través de los actos. Trascender sería estar más allá de la luz y la sombra, del ying y el yang.