La oscuridad apuesta a que los seres humanos se identifiquen con la identidad programada en su mente, en la cultura, en el inconsciente colectivo y en sus memorias “kármicas” (no es el término correcto, pero entiéndase que son las experiencias de encarnaciones anteriores y condicionamientos recibidos en otro plano de existencia). El humano que se identifica con su naturaleza humana es fácilmente controlado por las entidades que gobiernan la prisión. La única manera de liberarse de ésta, es tomando conciencia de nuestra esencia y obrando en consecuencia. De ahí el interés de la oscuridad por crear estrategias para confundir cada vez más a la humanidad y alejarla de su verdadera esencia: las agendas LGTBI+ y el feminismo, que impactan directamente a la Generación “X” y a la “Y” (los tristemente célebres millenials); y la ideología de género, cuyo impacto real se verá en un mediano plazo en la Generación “Z” (los famosos centenials).
Me pregunto si será casual que los nombres “oficiales” de las tres últimas generaciones sean las tres últimas letras del alfabeto (“X”, “Y” y “Z”). ¿Será que hasta aquí llegó la humanidad tal y como la conocemos hasta ahora? ¿Será que la identidad de género, las modificaciones genéticas que provocan las inyecciones y la 5G (entre muchas otras cosas), son los cimientos sobe los que se construye la nueva transhumanidad?
Al margen de esto, me gustaría reflexionar en la oportunidad que todo esto representa para las personas conscientes. Como había mencionado en publicaciones anteriores, cada que se abre un camino de perdición se abre uno de redención que corre en paralelo (y viceversa). Por lo tanto, la terrorífica agenda de identidad de género también tiene algo positivo para quien quiere verlo. Y es que más allá de despotricar sobre las nefastas consecuencias a todos los niveles de la existencia individual y social de esta perversa estrategia, de analizar su origen e identificar a sus beneficiarios; debemos aprovechar la puerta que nos está abriendo para continuar encontrándonos dentro y resolviendo todo aquello que nos separa de nosotros mismos.
Y no se trata de analizar la aberrante oferta de 120 géneros que ofrece la ONU. Tampoco de ponernos a discutir si tienen algún sustento racional los argumentos de sus principales promotores y defensores. Como tampoco discutir si esto favorecerá la evolución de la humanidad o será la puntilla final de su aniquilación. Ni siquiera deberíamos preguntarnos cuánta mierda puede tener un hombre adulto en la cabeza para sentirse una niña de seis años o un perro dálmata (casos reales); ni cuán podrido puede estar un Estado que obliga al resto del mundo a tratarlos como tal, so pena de ir a la cárcel acusados de discriminación.
El sistema se alimenta y fortalece cada que ponemos nuestra atención y energía en lo mundano. Una persona consciente, reconoce los tiempos que está viviendo, acepta que esta es la realidad en el mundo y nada puede hacer para modificarla. Quien cae en la trampa de la lucha y la batalla, se identifica con la oscuridad y la perpetúa en su ser y en su realidad. Entonces, es menester de las personas conscientes llevar su atención al plano donde se encuentra su esencia: el energético.
Desde esa perspectiva, reflexionar sobre “género” nos dirige a la energía masculina y femenina: las dos fuerzas que equilibran el universo y se manifiestan en todo lo que existe. Ninguna es buena o mala, mejor o peor; simplemente son. Cada una con características individuales que se complementan entre sí, pero también con dos ángulos opuestos de expresión y manifestación: la luz y la oscuridad.
Y es aquí donde está el quid la cuestión, ya que la humanidad ha sido manipulada desde hace 5,000 años por aquellos que quisieron imponer una masculinidad y una femineidad desde su polaridad oscura, negando y borrando todo rastro de su contraparte luminosa de la memoria colectiva. Lo masculino desde la luz, por ejemplo, es fuerza y sabiduría. Ésta se complementa con la sensibilidad y la magia del femenino luminoso. Pero desde su polaridad oscura, el masculino se manifiesta como el deseo de conquista, sometimiento y codicia; que complementa una contraparte femenina oscura expresada a través de la victimización, manipulación y control.
Una persona -hombre o mujer- en cuyo corazón hay luz con estas dos energías bien integradas, es capaz de reconocer lo que siente, nombrarlo y expresarlo con amor. Una persona escindida o con estas energías contaminadas por la oscuridad, niega lo que siente o lo reprime; y si lo expresa, lo hace de una manera disfuncional o poco genuina. Una persona identificada con la oscuridad, expresa su masculinidad desde la superioridad, la frialdad y la imposición; mientras que su femineidad se expresa desde el berrinche, la seducción y el chantaje.
Todo esto -explicado muy someramente por la limitación de espacio- puede verse reflejado en las características mismas de eso que llaman dios, un ser de naturaleza oscura que expresa su masculinidad desde esa polaridad. Y para muestra el antiguo testamento, la base de las tres religiones monoteístas más importantes del mundo. Cualquiera que lea sin fanatismo se encontrará con un ser celoso, manipulador, mezquino, injusto, radical, iracundo, vengativo, racista, sediento de sangre, misógino, homófobo, infanticida, genocida, filicida, megalómano, sadomasoquista, caprichoso, conspirador y asesino. Esas son las características de masculinidad con las que nos programan, y que, además, nos obligan a aceptar como propias del amor y no de la más asquerosa oscuridad.
Mismo caso con la energía femenina. El sistema ha buscado erradicar de la faz de la Tierra cualquier manifestación de amor desde el femenino. Desde el genocidio de mujeres en la Edad Media, hasta el incendio de la catedral de Notre Damme en 2019. Es tal el poder creador del Sagrado Femenino que lo censuraron de todas las páginas de la historia. En su lugar nos dejaron referentes de oscuridad y modelos a seguir del tipo de Cleopatra, Ana Bolena, Catalina de Medici, Frida Kahlo, Madonna o Mon Laferte. Mientras que a María de Magdala la inmortalizaron como prostituta, a Juana de Arco la usaron como estandarte político y figura religiosa, a Morgana la transformaron en una maligna hechicera y a Fátima (hija del profeta Mohamed) le borraron su magia y poder para encasillarla en un rol secundario y a la sombra de figuras masculinas tan representativo de algunas ramas del islam.
No es de extrañar que las masas se embelesen con el discurso actual de igualdad y todo lo que conlleva la ideología de género. Como siempre, el sistema se burla de ellas haciéndoles creer que son parte de una transformación histórica, cuando en realidad solo personifican la descomposición del ser. Nunca antes la humanidad había estado tan lejos de la libertad, tan lejos del espíritu que la habita. Mientras siga buscándose en el cuerpo y en la mente, seguirá encontrando duda, confusión y el vacío propio de la división, la lejanía y la identificación absoluta con la oscuridad.
Es de personas conscientes aprovechar la coyuntura de esta época para confrontar los valores con los que fuimos criados. Cuestionar interiormente la energía masculina y femenina que aprendimos de nuestros padres y del entorno en general. Casi todos crecimos con los cables cambiados: figuras masculinas violentas o castradas. Figuras femeninas fuertes y luchonas. Hombres negando y reprimiendo su energía femenina. Mujeres expresándola de manera disfuncional o demasiado masculina. El resultado han sido generaciones condenadas a no conocerse y entenderse, mucho menos a desarrollarse y amarse.
Hay que hacer esta búsqueda interior y aceptar con humildad lo que se encuentre. Trabajar duro para sanar ambas energías, equilibrarlas e integrarlas. Una persona no está completa hasta que realiza este trabajo que no es sencillo ni rápido. Esto es para auténticos valientes que están dispuestos a confrontar desde los cimientos esas columnas sobre las que construyó su identidad. Y en este caso no basta con derrumbar un par de habitaciones y cambiar de color la fachada. Es indispensable derrumbar el edificio completo, volver a cimentar y construir de nuevo.
De nada sirve tener luz en el corazón si la gasolina está contaminada. Las energías masculina y femenina de tu interior son la vía por la cual se manifiesta tu esencia y lo que dirige tus acciones. Son un impulso hacia ti mismo y una proyección de tu realidad. Si no están equilibradas, integradas y expresadas en congruencia con tu naturaleza, terminan jugando en tu contra. Contaminar esas energías y tergiversar su significado en la mente humana, es una de las semillas de oscuridad más grandes que sembraron los invasores en nosotros. Y el humano en su infinita ignorancia, la alimenta y fortalece todo el tiempo.
Es momento de trabajar duro, no para sobrevivir en un entorno en el que ya no somos bienvenidos, sino en todo aquello que favorezca el rencuentro con nuestra esencia. Esa es la única vía para salir de aquí y solo quien haga el trabajo lo logrará.
Leer Artículo anterior de Félix Hompanera V:
Pingback: El Precio de Salvarse - Proyecto Cabán