En estos tiempos, hay pocas cosas más nocivas que la resistencia, entendiendo ésta como la lucha contra la imposición global de una realidad tenebrosa e inevitable. Con esto no estoy haciendo un llamado a la sumisión y la renuncia a la libertad de ser y de hacer en libertad, sino a dejar de luchar por un mundo color de rosa que nunca va a ocurrir. El futuro es negro y quien se niega a formar parte de él solo tiene una opción: esperar de manera consciente a que le llegue el momento de salir de aquí. Esto no quiere decir echarse en la cama a ver pasar los días, sino todo lo contrario. Se trata de una espera activa que consiste en situarte en el camino que te lleva a tu objetivo, usar lo negativo como un impulso para crecer y fortalecerte; y darte la oportunidad de fluir en la vida siendo lo que realmente eres.
Para explicarme mejor recurriré a la siguiente historia:
En 2020, durante el período de confinamiento, tuve la oportunidad de hablar con una persona que me compartió una historia fascinante y sumamente pedagógica. Su nombre era Khalid, un pakistaní que nació en una aldea ubicada en las montañas occidentales de su país, no muy lejos de la frontera con Afganistán. La población estaba conformada en su mayoría por mujeres, niños y hombres jóvenes, ya que la mayoría de los adultos murieron defendiendo su tierra de invasores locales y extranjeros, o bien, dejaron la vida del campo para migrar a las ciudades en busca de mejores ingresos. En términos generales, la vida de la aldea era tranquila y armónica. Hasta que el gobierno y un grupo de empresas extranjeras pusieron su mirada en la cadena montañosa donde se encontraba la aldea de Khalid y unas cuantas más. Su objetivo era extraer los minerales del subsuelo para fortalecer la alicaída actividad industrial del país, y para lograrlo, era necesario expropiar esos terrenos y reubicar a la población en otras zonas del país.
La negativa de los habitantes no se hizo esperar y comenzaron los problemas. Ninguna de las partes involucradas cedía y la tensión fue aumentando hasta que la noche más fría y seca de aquel otoño, irrumpieron en la zona varios grupos de paramilitares en coordinación con el ejército y comenzó un violento desalojo de la población. Destruyeron graneros, incendiaron viviendas, asesinaron animales con crueldad y no se tocaron el corazón para llenar de plomo a todo ser humano que intentó defenderse.
Esa noche Khalid estaba de guardia con algunos de sus vecinos y amigos. Alertaron al pueblo de la llegada de los invasores, pero no pudieron hacer mucho. En menos de una hora sucumbió la aldea y la mitad de sus habitantes murieron o los llevaron presos, mientras que el resto terminó en el exilio. Entre ellos Khalid, que logró escapar a la montaña en medio de la hecatombe y encontrar refugio en lo profundo de una cueva de la que no salió hasta una semana después. Tenía 17 años cuando se quedó sin casa, sin familia, sin amigos y sin nada más que lo puesto. Nunca imaginó que pasaría las siguientes tres décadas deambulando en las montañas, guareciéndose en cuevas y aislado de todo contacto humano.
Los primeros años dedicó su vida a huir de los responsables de los eventos de aquella fatídica noche, pero con el tiempo se olvidaron de él y de otros en sus circunstancias. Los dieron por muertos, nadie imaginó que pudieran sobrevivir en condiciones tan adversas para cualquier especie. Los imperios más importantes de su época y sus poderosos ejércitos, han sido devorados por esas tierras. Pero no fue así con este jovencito de mente inquieta y espíritu indomable, cuyas circunstancias le hicieron aprender (a la mala) que el entorno donde se encontraba era un reflejo de su mundo interior. En la medida en que surgían la ira y el resentimiento por lo sucedido en su aldea, todo se complicaba fuera. Pero cada que entraba en aceptación y dejaba ir esos pensamientos y emociones, las cosas se acomodaban fuera y todo fluía mejor. En otras palabras, cuando comenzó a dejar de beber el veneno de la negatividad, comenzó a tomar conciencia del poder de transformar su realidad que surgía de su interior.
Fue así que comenzó a vincularse con los seres vivos que lo rodeaban: primero con animales, árboles y rocas; después con el agua, el viento, el fuego y la tierra misma. Aprendió que esto es posible cuando percibes tu propia energía y la que hay en todo lo que existe. Con el tiempo comenzó a percibir más allá de los cinco sentidos y a diferenciar la vibración baja de la alta, primero en sus pensamientos y emociones, después en los seres vivos que le rodeaban. Fue así como identificó de qué plantas alimentarse y cuáles le harían daño; en qué lugares pasar a noche y el momento en el que debía marcharse; si corría peligro al tomar determinada ruta, e, incluso, si le favorecía o no el movimiento de las nubes y las estrellas. Desarrolló una intuición y una sensibilidad extraordinarias al fortalecer su propia energía y vincularla con la de su entorno.
Ante los ojos del mundo, Khalid podría parecer bicho raro, un inadaptado, salvaje y un demente incivilizado. Y más si alguien lo hubiera visto agradecer con fervor a la cueva y todos sus habitantes por permitirle pasar la noche ahí; o bien tocando las hojas de los árboles con la delicadeza y ternura propia de una madre que acaricia a su bebé; o silbando melodías alegres al agua para liberarla de la energía de baja vibración antes de beberla. Pero en realidad Khalid fue un maravilloso alumno, compañero y maestro del ser y del existir.
La enseñanza más grande que recibí de este extraordinario hombre, es la siguiente:
“El árbol es. No se cuestiona si hay agua a su alrededor, si vive entre personas que lo cuidan o lo maltratan, si su tronco es estético o su corteza tersa. El árbol simplemente es. Lo que sabe es ser árbol y lo hace. Y si tiene que echar raíces profundas para llegar hasta donde hay agua, lo hace. Y si quiere dar frutos para las personas que lo rodean, se los da. Y si no, simplemente no lo hace. Si tiene que sacar espinas para defenderse de predadores, lo hace. Y cuando ya no las necesita, las deja caer. El árbol es árbol. Es grande, fuerte, sabio, hermoso. Es lo que es: un árbol. No quiere ser piedra, montaña o ave. Es árbol, deja que los demás sean lo que son y admira su belleza.
Igual el lago, si unas enormes rocas bloquean su flujo, busca la manera de filtrarse o de rodearlas para seguir su camino. No las confronta, no deja de ser quien es para convertirse en arena. Es agua corriente y eso es lo que hace, corre. Los humanos somos torpes y muy necios. Los hay artistas por naturaleza, pero siguen esforzándose en ser empresarios, políticos o ingenieros. Es tan absurdo como ver a un elefante reprimiendo todo lo que lo hace ser un elefante, para obligarse a ser una vaca. Sé lo que eres. Sin importar lo amenazante que sea tu entorno. Si tue eres bueno, siente lo negativo y aléjate de ello. A quien se sienta bien, trátalo con amor. Eres amor, sé amor. No te empeñes en ser quien no eres porque el entorno te lo exige. No dejes de ser lago porque unas rocas bloquean tu cauce. Al contrario, agradéceles porque al atravesarse en tu camino te brindan la oportunidad de reafirmarte en lo que eres y de continuar desarrollándote.
Pero, sobre todo, no te aceleres. En el mundo de hoy todo tiene que ser inmediato, pero en el universo funciona diferente. Una palmera tarda hasta 200 años en dar un dátil. Eso quiere decir que quien la siembra nunca ve el resultado de su trabajo. No he sabido que una palmera se apure para complacer a quien la sembró. La palmera es y asume que la vida está compuesta de ciclos, todo es un proceso. Así que se concentra en ser palmera cada instante y en hacer lo que nace de su ser más auténtico. Parece que solo está ahí, sin hacer nada, pero no es así. En todo momento es lo que es y hace lo que le dicta su esencia.”
Y aquí es donde vale la pena cuestionarte si eres lo que haces hasta ahora. Si eres tus miedos, tus heridas, tus inseguridades, tus traumas, tus errores, patrones y herencias genéticas. ¿En verdad eres todo eso o eso solo son las rocas que impiden que el agua corra?
Puedes estar seguro de que si estamos aquí es porque el ciclo aun no concluye. Y quizás esto no ha pasado porque seguimos sin ser lo que somos. ¿Cómo pretendemos reunificarnos con nuestra esencia cuando la ignoramos o la negamos? El tiempo que nos queda será más extenso o no, más pesado o no, en la medida en que nos dediquemos a ser lo que somos y hacer en consecuencia.
Khalid dedicó su vida a aprender a ser. Y una vez que sintió la necesidad de experimentarse en la sociedad actual, simplemente dejó la montaña y se dirigió a un pueblo. Después de un tiempo buscó una ciudad y luego otra y otra. Se ganó la vida haciendo de todo y nunca se arraigó a ningún lugar. Tampoco se sintió parte de ninguna comunidad, nunca se adaptó. Sin embargo, lo que aprendió en el exilio le brindó las herramientas interiores para evitar los peligros propios de un mundo tan distinto al que lo acogió por tres décadas. Aprendió varios oficios e idiomas y su espíritu aventurero lo llevó hasta el sur de España, donde decidió que era momento de parar. Ya peinaba los 70 años cuando se estableció en el Mediterráneo.
Nuestro camino se cruzó de manera circunstancial por la intermediación de un amigo en común y tuve la dicha de escucharlo en un par de ocasiones. Murió en paz el año pasado y ahora hace lo que está a su alcance para ayudarnos a regresar a casa. Espero que su historia te motive a ser tú mismo y hacer en consecuencia.
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