El siglo XX estuvo signado por dos grandes guerras y por la guerra fría entre los bloques antagónicos hasta la caída del muro de Berlín. Pero a pesar de la importancia de esos acontecimientos la característica más sobresaliente de todo ese período fue el vertiginoso desarrollo de la ciencia y la tecnología.
Más de 5.500 científicos participaron en la realización de las armas químicas que se usaron en la primera guerra. A partir de ahí los gobiernos impulsaron organismos de investigación con la excusa de la defensa nacional.
Durante la segunda guerra los científicos más destacados de la física cuántica y relativista impulsaron la construcción de la bomba atómica. Einstein, refugiado en EE.UU., la respaldó ante el presidente Roosevelt. Bohr, desde Dinamarca, apoyó a los aliados. Planck se alineó con Alemania y Heisenberg lideraba un proyecto del Führer.
Finalmente la bomba atómica significó la muerte instantánea de 200.000 personas con un costo actualizado de 200.000 millones de dólares (un millón de dólares por cada víctima), sin tener en cuenta los efectos posteriores de la radiación.[i]
A partir de entonces los ministerios de defensa se transformaron en poderosos generadores de investigación, desarrollo e innovación tecnológica. Se desató la lucha por la supremacía espacial que consumió una enorme cantidad de recursos. Desde el lanzamiento del primer satélite artificial en 1957 hasta 1972 la Unión Soviética y Estados Unidos realizaron un promedio de 76 lanzamientos por año.
Durante los años setenta y ochenta el progreso tecnológico fue tomado como el modelo del progreso social. En la década del noventa los recursos se aplicaron al desarrollo de la tecnología informática y comunicacional, que siguen siendo las herramientas del poder en la actualidad.
A lo largo del siglo la asociación entre la ciencia, el Estado y la industria se fue estrechando cada vez más. La intervención del Estado y de las empresas en la gestión de la ciencia implicó una reorientación de sus objetivos y un cambio en sus prácticas. Se pasó de un interés por la ciencia básica, dedicada a la búsqueda de conocimiento por su valor intrínseco, a un interés por controlar a la naturaleza con fines pragmáticos.
La investigación dejó de estar concentrada en las universidades y se amplió a los laboratorios de las empresas, dejó de estar centrada en el investigador individual con recursos limitados y se amplió a equipos numerosos con fuerte respaldo. A lo largo del siglo el crecimiento de los recursos invertidos en la investigación sufrió un aumento exponencial: personal, salarios, instalaciones, congresos, reuniones y publicaciones científicas.
Un estudio estadístico revela que el 87% de los científicos de la historia de la ciencia occidental estaban vivos en 1963.[ii] La tasa de innovaciones se aceleró vertiginosamente y llegó a cubrir todos los aspectos de la vida cotidiana: hogar, trabajo, transporte, comunicaciones, esparcimiento, hasta desembocar en la situación actual.
Las consecuencias globales de este reacomodamiento no siempre son evaluadas con suficiente justeza. Se oculta la naturaleza unilateral de su desarrollo y, muy tibiamente, se califica como “ambivalencia de la ciencia” al dilema entre la valoración positiva de la ciencia y el mal uso de ella.[iii] De este modo se evita profundizar en la contradicción y no se la contrasta con modos de conocimiento más armoniosos promovidos por otras civilizaciones de la historia.
¿Cómo pueden soslayarse con tanta ligereza los desastres nucleares de Chernóbil, Fukushima y otros? ¿Y qué decir del conjunto de problemas medioambientales que nos afectan? ¿Podemos conformarnos con nuestra miopía? Cambio climático, agujero de ozono, contaminación, desforestación, desertificación, islas de plástico, cráteres mineros, extinción de especies…
Parece muy ingenuo justificar el hiperdesarrollo cognitivo, científico y tecnológico del siglo XX desligándolo de sus consecuencias morales, sociales y ecológicas, la mayoría catastróficas. ¿Habrá sido éste el precio a pagar para alcanzar las condiciones propicias para el advenimiento del nuevo ciclo de la humanidad?
Paradigma de convergencia cognitiva
Un conjunto de factores ya bien establecidos indica la transición del paradigma científico hacia un nuevo paradigma de convergencia cognitiva como sustento de la ciencia del siglo XXI.[iv] La gestación de esta nueva orientación es el resultado de innumerables esfuerzos en diversos campos del conocimiento y de procesos sociales concurrentes a lo largo de todo el siglo XX.[v]
Paradójicamente mientras más se integraba la ciencia a la vida social y era tomada como la visión del mundo preponderante y “verdadera” por cada vez más amplios sectores de la población mundial, más y más la avanzada científica de las ciencias exactas, naturales y sociales cuestionaban las bases del mismo saber triunfante. Pero es solo recientemente que podemos vislumbrar los alcances de este proceso en el contexto del cambio de ciclo de la humanidad.[vi]
El origen de lo que habrá de llamarse luego la “ciencia occidental moderna” puede situarse en el período histórico conocido como Renacimiento. Ese período se corresponde en la doctrina de los Ciclos Cósmicos del hinduismo con el final del Kali Yuga, la porción “oscura” de la “edad oscura” del presente ciclo humano.[vii]
En ese momento histórico se empezaron a sentar las bases del paradigma científico que se irá consolidando durante la modernidad. Se lo denominó positivismo lógico, racionalismo, determinismo, mecanicismo, objetivismo, materialismo o alguna combinación de estos –ismos. Hacia finales del siglo XX desembocó en un enfoque radicalmente cuantitativo, fragmentario e instrumental-funcional, que es el que sigue afectando nuestra vida presente.
Con todos sus logros tecnológicos y cognitivos -que no deben subestimarse- este desarrollo unilateral no provocó los efectos existenciales esperados. Es decir, no trajo belleza, paz ni armonía a la vida humana, sino exclusión, conflicto, destrucción y crisis general.[viii]
Los fundadores de este desarrollo fueron Galileo, Descartes y Newton, pero vinieron muchos otros después. Esta forma de pensar instituyó un mundo fijo de objetos y fenómenos que podían definirse según parámetros absolutos de tiempo, espacio y causalidad. Sobre estas categorías se asentó todo lo demás y, lo que no entraba en ese marco, era considerado inexistente, inferior o descartable.
Según los expertos la modernidad desembocó en la postmodernidad: la culminación del capitalismo avanzado y del colonialismo económico y cultural. Este proceso, que ocupó las últimas décadas del siglo precedente y el principio de éste, presenta ahora un nuevo giro. Empieza a percibirse un efecto peculiar derivado de la globalización y las comunicaciones. A tal grado se observan sus rasgos que se ha propuesto un nuevo término para diferenciarlo: transmodernidad.[ix]
Desde nuestro punto de vista el valor de esta distinción radica en que registra el cambio de ciclo de la humanidad y define algunas de sus características. Como dirían los auténticos ancestros sabios de este continente, se trata del final del Quinto Sol y del comienzo de un nuevo ciclo.
Las nuevas ideas básicas
El soporte del hiperdesarrollo fue la visión del mundo resultante del paradigma positivista, que se fundamenta en ciertos supuestos tácitos acerca de la percepción y el conocimiento.
Primero, la asunción de un mundo exterior al sujeto e independiente de él. Segundo, la confianza en que los sentidos o su perfeccionamiento instrumental permiten la observación objetiva. Tercero, que los fenómenos ocurren en un espacio homogéneo y en un momento preciso del devenir temporal. Y cuarto, que todo fenómeno tiene una causa que puede llegar a predecirse.
El paradigma cartesiano estuvo instalado firmemente en nuestra percepción oficial de la existencia durante siglos. Pero sus supuestos fueron cuestionados radicalmente por los descubrimientos de la física cuántica y relativista, la biología molecular y otras a lo largo del siglo XX.
Si revisamos con sinceridad nuestras creencias más íntimas podemos comprobar que todavía pensamos y vivimos el mundo de esa manera. Pero ahora estamos más proclives a admitir que no es la única posibilidad para los seres humanos. De hecho no era del todo el modo de percepción de nuestros tatarabuelos, ni de todas las clases sociales ni de todos los pueblos del mundo.
Una cantidad de voces de todo tipo comienzan a escucharse proclamando el cambio. La textura cognitiva de la nueva orientación se basa en: desbloqueo del anclaje cartesiano, ampliación del enfoque, plasticidad conceptual, transdisciplina, integración de aspectos omitidos y multi-dimensionalidad.
En los años ’70 Fritjof Capra anticipó la nueva visión del universo como una danza eterna de partículas subatómicas cuyas relaciones entre sí son al mismo tiempo asombrosamente lógicas y totalmente inexplicables. Según decía los místicos de todas las épocas intentaron captar el universo mediante la interiorización y la meditación, mientras que los físicos lo exploraron a través de la experimentación y la hipótesis. Sus caminos podían parecer dispares, pero descubrieron las mismas verdades.[x]
En los ‘80 David Bohm cuestionó la noción de mundo como un todo compuesto de partes indivisibles con existencia independiente y propuso una nueva noción de mundo en tanto fluir universal de acontecimientos y procesos. Según él un universo de totalidad no fragmentario pone en juego una nueva noción de orden, diferente del orden de objetos y lugares de la física mecanicista.
El nuevo paradigma holográfico concibe una matriz de información universal que implica un orden primario de realidad no manifiesto, no observable e inaccesible a nuestra contrastación. Este “orden implicado” está cargado de información y sugiere la existencia de una estructura pre-espacial, una matriz informacional y energética básica del cosmos.[xi]
Ya en este siglo asistimos a intentos de formulación que integran la ciencia cuántica, el cosmos, la vida y la consciencia. En su “teoría del campo psi”, Ervin Lazlo correlaciona el dominio manifiesto de la materia con el dominio virtual de la energía infinita en un bucle de coevolución sin fin.[xii]
Los estudios neuro científicos corroboran la existencia de un campo universal unitario de consciencia cuántica, que permite vislumbrar la unidad de la consciencia humana.[xiii] Se empieza a comprender que el cerebro intercambia información a nivel cuántico con campos de energía cósmicos, gravitacionales, electromagnéticos y otros.[xiv] En términos generales se está aceptando ahora que la consciencia es un componente fundamental de la realidad.[xv]
¿Y por encima qué?
A partir de un estudio matemático de la evolución del Universo desde el Big-Bang, los investigadores descubrieron una pauta logarítmica que cronometra con precisión las grandes crisis. Exactamente en este siglo se completa un ciclo en la evolución de nuestro planeta, y la humanidad se enfrenta a una singularidad histórica sin precedentes. Pero la resolución de esta encrucijada depende de que los seres humanos realicemos una elección inteligente para no autodestruirnos.[xvi]
En su análisis de la mega historia y el futuro no-lineal, el historiador ruso Akop Nazaretián nos incita a reflexionar sobre la pregunta crucial de nuestro tiempo: ¿Está hoy la consciencia en condiciones de encontrar nuevos significados, sentidos y valores que permitan al ser humano superar toda forma de violencia y discriminación, para proyectarse a un nuevo estadio evolutivo de alcance cósmico? [xvii]
La ciencia occidental se encamina en la dirección de las antiguas tradiciones de conocimiento revelándonos la misma verdad: el Universo es un Todo íntimamente interligado, un flujo incesante de energía del que todos formamos parte. Esto ya lo sabían hace milenios los grandes iniciados de México[xviii] y del Tíbet[xix], tanto como las más conocidas tradiciones de India y China. Pero nunca incurrieron en la falta de discriminación de poner ese conocimiento al servicio de intereses dañinos.
Ahora bien, a pesar de todos los acontecimientos superadores la vida humana en el planeta continúa manifestándose con las mismas limitaciones y cegueras. ¿Será posible que podamos revertir las tendencias negativas? ¿Podremos responder al desafío de este momento y abrirle las puertas al futuro?
Como nunca antes, dependerá de todos…
Ruiz Franco, Juan Carlos: Werner Heisenberg y Moe Berg, dos vidas cruzadas por la incertidumbre. http://jcruizfranco.es/
Derek J. de Solla Price: 1963 Little Science, Big Science. Nueva York: Columbia University Press.
José Manuel Sánchez Ron: 2000 El siglo de la ciencia. Madrid: Taurus.
Prudenciano Moreno Moreno: 2014 La ciencia ante la transición del nuevo paradigma de convergencia cognitiva del siglo XXI, Ciencia desde el Occidente (año 1, no 2) Sinaloa, México: Universidad Autónoma de Occidente.
Mónica Casalet Ravenna (coord.): 2017 El paradigma de la convergencia del conocimiento científico: alternativa de trabajo colaborativo y multidisciplinario. México: FLACSO.
Roberto Pitluk: 2019 “La Nueva Era”. En: Semillas para el Arca. Integrando relatos para la nueva humanidad. Uruguay: Aedih
Pitluk: 2019 Idem “La doctrina de los Ciclos Cósmicos”.
Roberto Pitluk: 2003 Sacralidad y globalización. Perspectivas para pensar el futuro. www.toltecáyotl.org.
Rosa María Rodríguez Magda: 2004 Transmodernidad, Barcelona: Anthropos.
Fritjof Capra: 1975 The Tao of physics. Colorado: Shambhala Publications.
David Bohm: 1980 Wholeness and the Implicate Order. London: Routledge.
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