P-ANTOLOGÍAS DE ESTAMPAS QUE RELATO (16. RELATO DEL BOCHORNO DE LAS POSADAS NAVIDEÑAS)

Había una vez, estando celebrando nuestros dos meses y once días de casados con mi Paolita, viviendo en la casita que rehicimos en la Aldea Labor Vieja, camino a San Pedro Ayampuc, que nos agarra nuestra primera navidad juntos ya como esposos. Justo en la temporada de posadas que se celebran del 16 al 24 de diciembre y narro lo acontecido…

La aldea “La Labor” como se le conocía, era un pequeño poblado de poco más de 1000 habitantes, unas doscientas familias. Un clásico pueblecito de los denominados ¡pueblo chico, infierno grande! Lógico que éramos la pareja de novedad. Paolita, una niña para todos, que había estudiado en ese pueblo su primaria y secundaria y su viejito, que “seguramente era un ricachón, … qué buen partido se echó la Paola”.

Yo, como le había ofrecido a mi amada esposa que mi vida la dedicaría para hacerla feliz, y que todo lo que se haría en nuestro matrimonio sería la búsqueda de ella por la vida, pues no me quedó más que aceptar el vivir en el entorno de los suegros. Ellos nos dieron en ese poblado, un cajón de bloks de 7 por 5 metros, sin puertas ni ventanas y techo de lámina acústica y sonora, a orillas de un zanjón, y nosotros lo terminamos y construimos un baño casi suspendido en el extremo externo de la fachada de la casa que daba a la calle.

Lo pintamos con adornos bonitos exteriores, incluso la puerta tenía un dibujo que ya ni recuerdo qué fue lo que hice, pero era novedoso y atraía a todos los transeúntes que pasaban en la calle. Realmente era la única calle que recorría de extremo a extremo el poblado y nosotros estábamos en una parte del final. Por suerte que, si mucho, pasaban unos 10 autos al día en él, y éramos muy felices. Prácticamente encierro total para soportar la luna de miel y miel y miel.

Y así sucesivamente llegaron las tales posadas. Yo un absoluto ignorante de lo que eran las celebraciones de ese tipo de conglomerados y con solo tres conocidos en todo el pueblo, pues no me imaginaba nada de nada. Mi Paola no me contó tampoco de lo que esas celebraciones eran.

Una noche, justamente la de noche buena, tocan la puerta y abrimos y me enfrento a un conglomerado de mujeres y niños que se arrancan a cantarme a grito tendido no sé que villancicos. Yo me quedo absorto viendo a esas gentes con caras de recién nacidos en el paraíso y me agarro de la mano de mi amada, apretado, asustado, sin tener la más mínima idea de qué es lo que se hacía, pues no me quedó más que sentirme un “niño dios” y con la misma cara de pastel de mis visitantes externos, amontonados, emocionados, cantando eufóricamente y viéndome con la curiosidad de que al fin me tenían a su alcance.

Mi cabeza se estremecía entre pensamientos confusos… ¿por qué me cantan? ¿Creerán que soy un mesiánico enviado? ¡y no me quitan los ojos curiosos de encima!  Yo no sabía si cantar (¿cómo?, ¿qué?) o reír, así que no me quedó más que ponerme solemne, pero en realidad, lo que sentí fue un tremendo Bochorno. Paró el show y sin decir nada, todos continúan su emocionante posada y pasaron los sustos…

… ¿Por qué no me dice qué diablos se hace en esto? Le increpo a mi Pao, pues alguien tenía que pagar el pato.

Tan tán

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