P-ANTOLOGÍAS DE ESTAMPAS QUE RELATO (13. RELATO DE UN ENCUENTRO EN AD ASTRA.)

Érase una vez, estando yo en Quito, hice amistad con Joao dos Reis Pimentel; era un joven extrovertido, autoritario, dominante, prepotente, culto, encantador y 13 años menor que yo,  compañero de trabajo en Quito, Ecuador y compañero (housemade) de apartamento. Ambos éramos los solteros de la organización, yo divorciado y él en búsqueda de todo.

Pero con eso de dejar de andar de hospedaje en hospedaje y la necesidad de ocupar rápidamente una vivienda y vivir ya en casa con orden. Consideramos que podríamos ser compatibles y se dio. Allá por el 1979 final, rentamos un apartamento en un lugar con bellos panoramas, edificio de 4 pisos con elevador y todo y nosotros teníamos una vista preciosa del inolvidable Quito.

Él era un gran conocedor de su cultura brasileña y principalmente de su música, lo que me enrolló hasta el hoy.

Yo tenía un gran deseo que conociera mi patria y al fin se dio la oportunidad un noviembre de 1980 y viajamos juntos para hacer una visita oficial al ministro de energía a quién él era el responsable de comunicar alguna necesidad de la organización, yo solo lo acompañé como guía y referencia y para aprovechar ver el avance de mi programa de biodigestores, pues estaba construyendo uno en Panajachel.

Una vez finalizada la obligación oficial, le pido a mi amigo Pepe Massanet que nos dé un tour nocturno por bares y antros y así fue.

Fuimos a After Dark pero su ambiente era muy pesado, por lo menos para mí, y yo era el “jefe” de misión, así que nos movimos y paramos en Ad Astra, un bar en forma de platillo volador de mi tío (menor que yo), Oscar Caníz.

Oscarito era un gran gimnasta con el que estrechamos alguna amistad cuando fui acompañante en atletismo de Roberto Rodríguez, allá por el 1967, pues ambos eran alumnos de don Mauricio Dyscree.

Pues bien, en ese ruidoso bar, moderno, muy movido y concurrido, nos pusimos a deleitar distintas bebidas, para que pudiera presumir el barman.

Un vecino de barra, un señor que podría haber sido de la edad de mi papá, me entabla conversación y estábamos identificándonos, cuando alguien me jala groseramente del hombro y me grita “¿qué hacés con mi papá hueco (maricón) hijo de puta? Y me estrella su bebida en la cara y en que en microsegundos suceden las cosas, intentando entender, cuando mi agresor agarra su pistola del cinturón -era un típico prepotente machista de la “diz” que alta sociedad- y yo, que con eso que ante las emergencias actúo instantáneamente, le arranco la pistola y se la estrello con mucha fuerza en la cabeza. 

Sangre, sudor y lágrimas. Su valiente hermano, salta a la defensa del pobrecito herido cobardemente y nos agarramos a trompadas. Casi inmediatamente nos separan los de seguridad y se para la trifulca (legítimamente eso), aquella confusión donde hubo armas, insultos, golpes y aspavientos, en lo que estaba la gente inquiriendo sobre el suceso, me toman del brazo mis compañeros y córrele para afuera, pues era un hecho digno de policía.

Al día siguiente en la mañana, lógicamente, Oscar el tío (más bien primo), me ubica en el hotel Camino Real, donde estábamos hospedados (ni supe cómo) y aclarado el causal, me cuenta que eran unos hermanos pendencieros de apellido Toriello, muy conocidos por sus hazañas grotescas. Después supe que éramos medio parientes en tercer grado, pero jamás volví a enterarme. Ese mismo día, salimos rumbo Panamá, yo con dos puntos en la frente.

Tan tán.

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